José Luis Alvite
Reflejos en un ojo pasmado
Aunque luego se me fue de la cabeza, le dije ayer muy serio a Pepe Oneto en O Grove que deseaba que me firmase un autógrafo. Supongo que siento por el colega la misma devota admiración que les profeso a los periodistas veteranos como él, como Fernando Onega, Manolo Marlasca, Carrascal o cualquiera de esos tipos que fueron capaces de sobrevivir al franquismo, a la buena reputación y a la mala ginebra. Le confesé mi admiración a Oneto en presencia de Ignacio Camacho y de Javier Caraballo, que son dos puntales más jóvenes del periodismo de opinión, una especialidad que a mí nunca se me ha dado bien, seguramente porque a mí lo único que de verdad me interesa de la actualidad política es que pase cuanto antes, como me sucede cada vez que, al hablar con un hombre de éxito, lo que me importa no es su currículo, sino cómo estará de buena su viuda. Muy perspicaz para el análisis fisiológico de la realidad política, me dijo Ignacio Camacho que a Mariano Rajoy lo que le falla en su carisma es esa mirada suya un poco extraviada y que en los sondeos saldría beneficiado si para la foto de campaña posase con los ojos cerrados. Puede que tenga razón Camacho y que las funciones del jefe de prensa del presidente haya que transferírselas a un oculista, pero yo creo que lo que tiene Rajoy es una especie de analgésica mirada epidural pensada para no ver, como esas miradas vagamente cubistas y aristotélicas que tienen los peces en los escaparates de los restaurantes. Pepe Oneto seguía la conversación enfrascado en su tableta de alta tecnología digital, en esa actitud de falsa ausencia que adoptan los periodistas veteranos a los que tanto admiro, expertos y sabios, capaces de pensar su columna de mañana mientras silban «El puente sobre el rio kwai» y mean al mismo tiempo una galerada de talento, antimonio y colesterol.
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