Restringido

Sacarse la teta

La Razón
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La semana ha sido pródiga en acontecimientos simbólicos que no por menores dejan de ser inquietantes para la preservación del sistema democrático. Empezó con el desafío independentista catalán que los nacionalistas han querido significar en la fórmula del juramento del President y de sus consejeros. Que no se mente a la Constitución ni al Rey deja bien a las claras que eso que eufemísticamente llaman la «desconexión» es un hecho, lo cual vuelve a recordarme que todas las secesiones del último medio siglo lo han sido como una cuestión de hecho y no de derecho. Lo primero es lo primero y las construcciones jurídicas vienen después. Que tomen nota los que nos gobiernen porque apelar en estos asuntos a la abogacía del Estado, aunque sea necesario, no los resuelve en tiempo y, tal vez, tampoco en forma.

Claro que eso de los que nos gobiernen está por ver. La apertura del Congreso y el Senado no ha dejado nada claro el tema y ha servido para mostrar una variopinta colección de hechos simbólicos, la mayor parte de ellos protagonizados por los neófitos diputados de Podemos y Cía., con los que han tratado de expresar su voluntad de ruptura con el sistema constitucional. Ha habido de todo: charanga y bicicleta, promesas con adenda y apelaciones deslegitimadoras de la institución parlamentaria, como esa de «nunca más un país sin su gente, nunca más un país sin su pueblo» –como si sólo ellos fueran la gente y el pueblo de España–. Pero la guinda la ha puesto esa diputada que acudió al pleno con su churumbel y le dio de mamar tras sacarse la teta, eso sí, con discreción, como corresponde a una mujer de buena familia. Al parecer quería «conciliar vida familiar y personal», según dijo, y se extrañó de que «fuera sorprendente que una madre con un bebé tan pequeño acuda a su trabajo con él» –obviando, añado yo, que el de diputado no es oficio sujeto al derecho laboral y que la aludida está de baja por lactancia materna–.

Casualmente, me he encontrado con Don José, mi tío, y me ha comentado que lo de sacarse la teta era muy frecuente hace cincuenta o sesenta años, sobre todo en el mundo rural que él tan bien conoce. «A lo mejor –me dice con chanza– estos quieren revivir el franquismo y volver a los puntos del subsidio familiar». Le sigo la broma y le recuerdo que aquello fue un invento de Joaquín Benjumea, ministro accidental de Trabajo por aquel entonces, en 1939.

La cosa es que me he quedado pensando en las concomitancias que tiene todo esto con el franquismo a través de la Falange. No en vano, Benjumea fue el padre del primer falangista caído en Sevilla y, como mostró el socialista Alfonso Lazo en sus Historias de falangistas, muchos fueron los que viajaron «desde el fascismo a la izquierda» y protagonizaron «la Transición y la democracia», mostrando así la «hegeliana astucia de la Historia».