Asuntos sociales
Salud, amor, dinero
Aunque la política lo invade todo, su influencia sobre la percepción que tenemos de nuestra propia vida es más bien escasa. Ellos, los políticos, van a su bola y nosotros a la nuestra. Nos lo ha recordado esta semana el CIS en su barómetro. Ahí aparecen las preocupaciones de los ciudadanos –con lo del paro, la corrupción, los partidos y todo eso–, sus intenciones de voto y su juicio sobre la situación del país. Pero también está su satisfacción con la vida y su felicidad. En esto, lo problemático se olvida y emerge una imagen optimista de bienestar. El CIS nos dice que, según nuestra propia valoración, los españoles nos damos casi un sobresaliente –un 8,5 de media– en cuanto a la vida familiar, alcanzamos el notable (7,8) al calibrar tanto nuestra salud como nuestras relaciones sociales y llegamos al aprobado alto (6,7) si tenemos en cuenta nuestro nivel de vida. Se diría que, aunque estamos algo cortos en el bolsillo, ello no merma demasiado nuestra alegría de vivir. Y tal vez por eso cuando el organismo sociológico pregunta por la felicidad, las respuestas configuran una nota (7,6) muy aceptable.
Es interesante ver que, cuando los datos se desglosan por edad, sexo, clase social o preferencia políticas, apenas emergen diferencias apreciables. Eso sí, los jóvenes están más satisfechos y son más felices que los viejos, pues en estos asuntos, como apuntó el poeta Rubén Darío en su «Canción de otoño en primavera», la juventud es un divino tesoro. Y también en cuanto al nivel de vida y las relaciones sociales están algo mejor las clases medias que las obreras o los que votan a las derechas que los que se inclinan por las izquierdas. Pero son temas menores porque, en realidad, los factores que influyen sobre la felicidad son más bien otros. Así lo ha puesto de manifiesto la rama de la economía que se ocupa de esta materia. Sus estudiosos, basándose en encuestas como la del CIS, han destacado que, en todas partes, el elemento que más influye sobre la felicidad es la salud. Las personas bien cuidadas, de hábitos saludables y que enferman poco son las que se sienten más felices y encaran con optimismo la vida y sus avatares. Está también, en lugar algo más secundario, el amor. Los individuos que están casados son más felices que los solteros, los viudos o los divorciados, seguramente porque llevan una vida más ordenada y porque encuentran un interlocutor que aplaca sus penas e inquietudes. Y queda en un tercer plano el dinero, la disponibilidad de una renta con la que dar satisfacción a las necesidades. Por eso, las personas con empleo son más felices que los parados; y por eso también la jubilación merma un poco la felicidad a los que antes estaban activos. El lector dirá que esto ya lo sabía, que así lo decía la canción de Roberto Sciammarella. Y tiene razón: por una vez los economistas están de acuerdo con los poetas.
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