Reyes Monforte

Tragedia griega en Alicante

La Razón
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Tenemos la realidad convertida en una descarnada y sempiterna tragedia griega de la que no hay manera de salir o, en su defecto, de escribir un final definitivo. Es como si la historia se repitiera continuamente, en bucle, o quizá es que nunca terminó y las heridas abiertas son el abono perfecto para la venganza.

En la tragedia griega de Eurípides, Medea se venga de la traición de su marido Jasón matando a sus hijos. La obra se estrenó en el año 431 A. C, pero, como vemos demasiado a menudo, la vida no ha cambiado mucho. Siglos más tarde, Villajoyosa ha sido el escenario de una nueva tragedia griega. La venganza no hace distinción de géneros, como no lo hace la maldad o la locura. En la Antigua Roma el padre también tenía el derecho de matar a sus propios hijos bajo la ley «patria potestas». Nada nuevo bajo el sol.

Cuando una pareja comienza a albergar sentimientos contrapuestos y uno de ellos decide romper la relación, los hijos se convierten en peligrosos instrumentos de poder y de venganza. Ellos son el lugar donde asestar un golpe certero, donde más duele. «¡Oh niños, cómo habéis perecido por la locura de vuestro padre!», le gritaba Medea a Jasón después de haberse ejecutado su venganza. Pero la realidad siempre supera la ficción, sobre todo en las tragedias que conforme pasan los años, avanzan y se perfeccionan en crueldad. Ahora ya no basta con matar a los hijos, también al resto de la familia y finalmente el suicidio. Ya lo dijo Confucio: «Antes de embarcarte en una venganza, cava dos tumbas». En Villajoyosa hicieron falta cuatro.