Real Madrid
Tres metros sobre el cielo
Zidane entrena sin red a «tres metros sobre el cielo», que ya es altura, y no es ni Mario Casas ni motero, que no se le conoce esta afición. Hace equilibrios para mantener a toda la plantilla implicada en su proyecto y no perecer en el intento. Tiene un don, el de conquistador prematuro de títulos que, con los correspondientes conocimientos, le ayuda en su labor diaria de lidiar con egos más gordos que los de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias juntos. Y no se estrella. Ha conseguido que Cristiano acepte, muy de cuando en cuando, ser sustituido, sin que le lance una bota en plan Arda Turan, y que en un elenco con cromos repetidos en varios puestos no se amotinen los menos afortunados; aunque filtran esporádicas señales de auxilio, o de protesta, por los pocos minutos que disfrutan.
Eso de que en un equipo de fútbol no hay titulares ni suplentes es una patraña. Es el argumento de algunos técnicos para mantener la tensión en el plantel. No cuela. Los hay mejores y peores, indispensables y prescindibles, estrellas y «starlets»; también los hay excepcionales con dificultades para jugar porque delante tienen otros tan buenos o mejores que ellos, o porque ocupan una demarcación atestada de talento donde el sistema sólo admite una pieza. Pongamos que hablamos de Isco. Un futbolista maravilloso. Merece el precio de un entrada. Inventa. Imagina. Distrae. Y corre más de lo que sus críticos le reconocen. Sabe lo que es y cuánto vale, y que la competencia con James o con cualquiera de la BBC condiciona su futuro. Por eso quiere irse. Se siente titular. Desea serlo.
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