Alfonso Merlos
Vandalismo flower power
Lo harán una y otra vez porque va en su naturaleza, en sus objetivos, en su plan de vida. Es lamentable que en España haya cuajado con fulminante fuerza, al calor del ascenso de Podemos, el movimiento okupa. Pero lo es aún más que Barcelona, al abrigo de Colau, se haya erigido en imán de las irreductibles organizaciones de este radical jaez que campan por sus respetos en toda Europa. Un mal ejemplo. Por eso ni sorprende que se retornase violentamente y con nuevas armas al bautizado como «banco expropiado» ni sorprenderá que estos vándalos revienten puertas y ventanas o que derriben muros de aquellos locales de los que, con la ley en la mano, sean desalojados. ¡Y deben serlo! Porque lo primero que tendrían que explicar Iglesias, sus delegados en Cataluña y otros subversivos del montón es qué clase de labor educativa desarrollan quienes tienen como primer mandamiento apropiarse de lo ajeno. ¡¿De qué tipo de pseudo-cultura de baja estofa hablamos?!
Jamás. Cuando tras el velo de una falaz –y a veces poco higiénica– corriente flower power lo que hay es delito de desobediencia o de daños o de usurpación de bienes inmuebles no puede haber tolerancia. Nunca en una sociedad abierta y en un Estado democrático de derecho. Porque eso significaría poner en verde el semáforo de la anarquía, del imperio de la ley de la jungla y de la inseguridad ciudadana. O sea, un drama para los más débiles, y no para quienes simulan serlo. Nos hallamos ante un desafío de primera magnitud que trasciende, de largo, una ciudad o una moda. Estos gamberros no pueden seguir burlándose de las fuerzas del orden ni ensuciando y trastocando las vidas de comerciantes y vecinos. Nunca más.
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