Política

Elecciones generales

Editorial: La fractura de la derecha da la victoria a Sánchez

Celebración en la sede del PSOE. Foto: Cristina Bejarano
Celebración en la sede del PSOE. Foto: Cristina Bejaranolarazon

Han sido unas elecciones especialmente intensas y cruciales porque en ella se estaba decidiendo la composición del futuro Gobierno en un momento en el que no existen mayorías cualificadas y sólidas y España tiene planteado serios problemas. El PSOE ha ganado, pero no dispone de la mayoría, como era de esperar, para gobernar en solitario. Necesitará apoyos, sea a su izquierda o a su derecha. Pedro Sánchez está en disposición de formar Gobierno, pero la elección de sus socios será crucial para una estrategia de futuro con una aspiración más centrista, que es lo que ha definido al socialismo español en sus mejores momentos. Quedan por delante semanas en las que todos los partidos deben reflexionar sobre sus resultados y por qué no se han cumplido la expectativas, a uno y otro lado del espectro político. Las urnas han hablado y han lanzado un claro mensaje que los políticos deben saber interpretar correctamente. La estabilidad será la prioridad.

Sánchez llegó al Gobierno tras una moción de censura y durante la corta vida de su Gobierno ha sabido utilizar los resortes que le ha facilitado La Moncloa. Esa era su estrategia, ni tampoco lo ocultó, presentada con calculadas píldoras de política social y que durante la campaña centró muy hábilmente en el «voto del miedo» contra la llegada de la derecha radical de VOX y la posible reedición del pacto de Andalucía. La agrupación del voto tradicional socialista ha sido un éxito, como se ha demostrado por la caída de Unidas Podemos, que ya no es una fuerza decisiva, obligando para reeditar su pacto con el PSOE a sumar todos los apoyos de la moción de censura. Y ha habido otro factor clave para la victoria de Sánchez y la posibilidad de la reedición del «pacto de la moción»: la fractura del centroderecha. A ello se ha sumado que no ha habido un liderazgo decidido y que Pablo Casado, que ha cosechado un resultado catastrófico para su partido, no ha sabido asumir. Por contra, Cs ha acertado en su estrategia, que ha sido precisamente la de situarse en el centroderecha y buscar los votos en el caladero del PP. El partido de Santiago Abascal no ha obtenido los resultados que esperaba, a pesar de entrar con más del diez por ciento en el Parlamento, unos votos que, aunque representan a cerca de 2,5 millones de ciudadanos, no tendrán el peso político que habían anunciado. Es el efecto de una derecha fraccionada.

Sánchez se enfrenta ahora a una decisión de gran trascendencia política. El paso que dé lo debe hacer por el bien de la estabilidad política y la crisis territorial planteada en Cataluña. Las estrategias a corto plazo sería un error y la pérdida de una oportunidad. Podrá gobernar con una cierta estabilidad y tiene por delante un largo ciclo electoral que juega a su favor. Podría buscar apoyos en sus socios preferentes que le llevaron a La Moncloa, con Unidas Podemos, ERC y PNV. El independentismo catalán persiste en su estrategia de confrontación contra el Estado y el escenario que se puede abrir tras la sentencia del Tribunal Supremo en el juicio del 1-O es inédito. No en balde, el propio Sánchez dijo el último día de campaña que no se fiaba de los independentistas y que el Gobierno no podía depender de unos partidos que han llevado al colapso a Cataluña. Era, efectivamente, el último día de campaña... ahora llega el momento de los hechos. Olvidar que el partido de Albert Rivera ha sacado un gran resultado, con 58 diputados y que se convierte en un fuerza decisiva para la aritmética parlamentaria sería negarse a ver la evidencia.

La derrota del PP es inapelable: ha perdido 71 escaños, casi la mitad de los que tenía.Con los 66 actuales, es evidente que Casado tiene por delante la enorme tarea de que un partido que ha sido tan central en nuestra historia reciente vuelva a tener un proyecto convincente. La fractura del centroderecha el resultado de estas elecciones es el efecto de la gestión que Mariano Rajoy realizó en la crisis de Cataluña. El PP pierde todos sus diputados en el País Vasco –Bildu gana cuatro– y sólo consigue uno en Barcelona. La ausencia de los populares en comunidades tan importantes deberá hacer reflexionar muy seriamente. Rajoy no supo afrontar la dimensión del desafío independentista, ni tuvo la visión de defender frontalmente los principios de una España unida, con ideas y políticas claras. El plan secesionista se ejecutó sin que desde el Gobierno se actuase adecuadamente. Cuando se aplicó el artículo 155, la Generalitat ya había sobrepasado todas las líneas rojas y había liquidado la Constitución y el Estatuto. El Gobierno que salga de estas elecciones no puede ser rehén de esta mala gestión, en la que los partidos independentistas siguen fortalecidos y dispuestos a cumplir su agenda. Los errores cometidos en el pasado, la falta de miras para hacer una política nacional, ha pasado ahora factura, y lo ha hecho estrepitosamente. Ahora deben corregirse todos los errores.