La amenaza yihadista
Europa no puede ir a la zaga del terror
Cada vez que se produce un atentado brutal como el reciente de Manchester, las sociedades amenazadas se sienten vulnerables y el miedo actúa como el catalizador de una corriente que las debilita. Cuando se afronta el terror hay que partir de la certidumbre de que no existe la seguridad absoluta, que nadie en ningún país del mundo, se haga lo que se haga, es capaz de garantizar a sus conciudadanos que están y pueden sentirse totalmente a salvo. Pero ese principio no debe condicionar que los ciudadanos sí puedan esperar e incluso exigir de sus gobernantes todos los esfuerzos posibles en una lucha en la que están en juego vidas, además de, por supuesto, los valores sacrosantos de la civilización occidental. Y en ese punto es legítimo preguntarse si los gobiernos, las autoridades pueden esforzarse más en mejorar la eficacia del combate contra el yihadismo, si los niveles de colaboración entre los aliados son los óptimos, si la evidente mejora en la coordinación policial, judicial y de inteligencia ha progresado lo suficiente hasta el nivel que los desalmados exigen, si la prevención y la lucha en Internet –espacio crítico para el reclutamiento y la fanatización– están dando los frutos que necesitamos y si, por ejemplo, las grandes empresas tecnológicas han entendido que no pueden quedarse al margen cuando los yihadistas utilizan sus plataformas y sus cifrados para atacarnos. Y la realidad de esas respuestas apunta que hay mucho trabajo por hacer para que la respuesta sea todo lo global que el enemigo exige.
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