Finlandia

Éxito de España

El acuerdo de los ministros de Economía de la zona euro para que el Banco Central Europeo supervise, a partir de 2014, los grandes bancos cuya capitalización supere los 30.000 millones de euros es un éxito de Mariano Rajoy, pues fue el presidente español quien propuso, con el apoyo de Monti, la supervisión bancaria en la cumbre de junio pasado. Cabe saludarlo, por tanto, como un triunfo para España, aunque queden en el aire algunos aspectos relevantes. Ciertamente, también la canciller Merkel sale victoriosa del envite al lograr que queden fuera de la vigilancia las cajas de ahorro alemanas, muchas de ellas de titularidad pública. Pero esta discutible excepción no empaña la enorme importancia que tiene el acuerdo en el proceso de unión bancaria. No sólo porque es un refuerzo inestimable a la viabilidad del euro, sino también por la confianza que genera en los mercados internacionales y por el refuerzo de la solvencia de los bancos. Para países como España, que afronta una reforma profunda de su sistema financiero, este paso le permite reivindicar la fortaleza de sus grandes bancos, quince de los cuales pasarán a ser supervisados por el BCE. Y lo que es igual de relevante, desahoga al Estado de futuros compromisos de rescate. Al depender directamente de la autoridad europea, las hipotéticas necesidades financieras de la banca ya no gravarían la deuda soberana, como ha ocurrido hasta ahora, sino que la solventaría el BCE de forma directa. Precisamente uno de los flecos pendientes es si España puede aplicar el acuerdo con efectos retroactivos a la ayuda de 39.000 millones que el MEDE acaba de librar para la banca española. Sería deseable, pero las resistencias son muy fuertes, sobre todo de Alemania, Holanda y Finlandia. En todo caso, el simple hecho de que los doscientos bancos más potentes de la zona euro tengan un supervisor común es garantía suficiente para que se restablezca la confianza financiera, condición necesaria para reactivar el crédito, llegue con fluidez a las empresas y hogares y permita generar empleos y crecimiento. No cabe duda de que los ministros de Economía europeos podrían haber sido más ambiciosos y haber adelantado a 2013 la supervisión del BCE, pero tratándose de la UE, ni existe la línea recta ni el tiempo corre a una velocidad uniforme. Quedan, pues, tareas por delante y algunas tienen especial interés para España. Entre ellas, que un representante español ocupe un puesto de primera fila en el órgano supervisor, tanto más lógico cuando el 90% de nuestra banca estará bajo su jurisdicción. Sería, además, una compensación razonable a la pérdida del puesto que nuestro país tenía en la cúpula del BCE. Pero éste es un asunto a medio plazo y lo que procede ahora es felicitarse por el gran paso que la UE dio en la madrugada de ayer.