País Vasco

Terrorismo de película

El jueves se estrena en el Festival de Cine de San Sebastián «Lasa y Zabala», del realizador Pablo Malo, filme que narra el secuestro, tortura y muerte de dos miembros de ETA en 1983, a manos de agentes de la Guardia Civil, que fueron condenados a penas de entre 67 y 71 años de prisión. A ETA se la ha derrotado con las armas del Estado de Derecho y, por lo tanto, decir que la banda terrorista causó aquel año 44 víctimas o que cuando se produjo la muerte de estos dos militantes etarras la banda tenía secuestrado al capitán de farmacia Martín Barrios (que finalmente también fue asesinado) no exime en absoluto la naturaleza de aquel suceso. El mundo «abertzale» inscribe aquellos terribles años en un conflicto en el que ETA sólo buscaba la libertad del pueblo vasco y los muertos –los del tiro en la nuca– eran sus enemigos. Ese relato es el que ha perdurado y se ha cultivado hasta ahora sin haber revisado ni una coma del objetivo último de ETA: acabar con la democracia en España. «Lasa y Zabala» ha recibido ayudas del Gobierno vasco, de la televisión pública ETB y de la Diputación de Guipúzcoa –concedida sin concurso y en contra de los auditores forales–, administración gobernada por Bildu, partido heredero de los postulados de ETA, por lo que es inevitable pensar en el uso que esta formación hará de esta película para la construcción de su propia memoria histórica. Porque este es el tema y no la libertad creativa de un director de cine, que nadie pone en duda, ni siquiera el punto de vista elegido. ETA ha dado de sí una veintena de películas desde «Comando Txikia», la primera, en 1977, y puede decirse que, en su mayoría, o son ejercicios propagandísticos bajo el prisma «objetivo» de la equidistancia, o son deudoras de esa fascinación que la violencia política ejerce sobre determinados creadores, incluso en aquellos claramente contrarios a ella, o bien plantean los problemas íntimos de la reinserción de los terroristas cuando vuelve al pueblo. El filósofo Reyes Mate, quien ha investigado esos procesos de «fabricación de la historia», ha advertido que las instituciones vascas tienen medios «para imponer relatos y memorias a su antojo, pero si no se enfrentan críticamente a su pasado impedirán un nuevo comienzo en la sociedad vasca». Hablamos de la adulteración moral de un pueblo que ha optado por el olvido y el silencio. Cuando se estrenó «La vida de los otros» (2006), película sobre las miserias de un agente de la Alemania comunista, los dirigentes de la terrible RDA habían sido juzgados en 1991 y nadie ponía en duda quién luchó por la libertad y quién a favor de una dictadura infame. Parece que en el País Vasco todavía hay mucha gente que no lo sabe, o no lo quiere saber. Lo más inquietante de «Lasa y Zabala» es que ha habido escenas en las que no ha sido necesario contratar extras.