Iglesia Católica
Una Iglesia al servicio de todos
Hablar de que la Iglesia Católica vive una revolución interna desde la llegada del Papa Francisco al Vaticano es una exageración propia de la espectacularidad con la que las sociedades modernas reciben los acontecimientos profundos que atañen de verdad a la vida espiritual de las personas. Es, además, desconocer la historia de una institución milenaria y seminal en la cultura universal. El propio Bergoglio ha hablado de que el futuro de la Iglesia se construye unidos jóvenes y viejos, unos con la «fuerza» y otros con la «sabiduría». Así lo expresó en su entrevista del pasado mes de septiembre en «La Civiltà Cattolica», y advirtió: «El riesgo está siempre presente, es obvio; las Iglesias más jóvenes corren el peligro de sentirse autosuficientes y las más antiguas el de querer imponer a los jóvenes sus modelos culturales». Sí es cierto, sin embargo, que Francisco está imprimiendo a su papado un aire desprendido y cercano (se define como «despierto» e «ingenuo») que aspira a situar, como él mismo ha reconocido, al Evangelio y a Cristo en el centro de su pastorado. Esa cercanía, que es la que la gente aprecia en la labor diaria de la Iglesia, choca con la imagen que «otros han construido de forma interesada», como ha expresado el recién nombrado secretario general de la Conferencia Episcopal Española, José María Gil Tamayo. «La gente de la calle tiene una percepción de cercanía para su vida personal, para su relación con Dios y para la construcción de la vida de la sociedad, especialmente los más necesitados», afirma el nuevo portavoz en una entrevista que publica hoy LA RAZÓN. La realidad, y así es reconocida, es que la Iglesia católica es una institución central en la vida social española, que desempeña tareas de ayuda donde el Estado no está presente, con una red de voluntariado desinteresada, eficaz y continua y con algo que se suele olvidar: consuelo y calor a quien lo necesita. El Episcopado ha calculado en su Memoria que la Iglesia ahorra al Estado unos 30.000 millones de euros. Por contra, recibe 253 millones anuales a través de la aportación de la declaración de renta, destinado en su mayoría a pagar la Seguridad Social de los más de 20.000 sacerdotes. En el último barómetro del CIS, el 73,1 por ciento de los españoles se declaran católicos, un dato que hay que interpretar en el proceso de secularización que han vivido las sociedades desarrolladas, que no sólo supone apartarse de lo sagrado y del sentido religioso sino abandonar valores como la solidaridad y la austeridad que están en la base de la Iglesia. España, además, ha vivido un proceso que ha confundido el laicismo con un anticlericalismo que se retrotrae a periodos ya pasados y que tiene más que ver con los excesos ideológicos de los dirigentes de la izquierda que con el respeto y consideración que muestra la sociedad española hacia la Iglesia, incluidos sus propios votantes.
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