Aquí estamos de paso

La marca del macho

No era un beso de gratitud, sino de reafirmación. Podría ser de reconocimiento, pero también de dominio

Hace unas cuantas décadas, se lamentaba Manolo Escobar desde la prisión de un pentagrama, por la injusticia de haberle enchironado sólo por haberle dado un beso «a una chica que no conocía». Cerraba la canción una suerte de reafirmación y pataleta a un tiempo: «si lo llegan a saber mis huesos, la lleno de besos hasta el corazón». Yo supongo que el presidente de la Federación Española de Fútbol debe entender hoy muy bien la esencia de aquella copla: la que se ha montado por un piquito de nada. La canción es de aquellos tiempos en los que García denunciaba las corruptelas de los «abrazafarolas» que decidían sobre el fútbol, su presente y su futuro, con un puro en la boca y sujetando una copa de Soberano, que, como todo el mundo sabe era «cosa de hombres».

Hoy todo eso se da la mano en un gesto que, de entrada, ha arrojado sombras de incómoda polémica a un triunfo deportivo que realmente rebasa los límites lineales y previsibles de la competición futbolera. Porque la victoria de la selección española de fútbol femenino salta ese límite y se sitúa entre los avances en igualdad y respeto a la mujer en el deporte y en la vida. En un territorio, además, eminente y tradicionalmente machista. El famoso beso de Rubiales ensombrece la victoria y eso debería bastar para que el protagonista se dejase de chulerías y falsas peticiones de perdón y reconociera abierta y públicamente lo extraordinariamente inadecuado de su gesto. No digo yo que no tenga sentido o sea explicable, ni comulgo con quienes lo ven como una agresión sexual hacia alguien que, por lo demás, ha mostrado una absoluta tolerancia con el gesto, pero sí revela un punto de suficiencia golfa y hasta de actitud machista por parte de alguien que en ese momento estaba obligado a medir sus gestos. Hace unos cuantos años, en un concierto solidario, un servidor se vio obligado a prolongar lo mejor que pudo un tiempo entre dos actuaciones por un problema técnico en los instrumentos del músico siguiente. Casi 45 minutos después, se solucionó y el público, parcialmente amansado pese a la espera por la intervención del presentador, recibió con aplausos al músico, que era Joaquín Sabina. Éste, a modo de insólita expresión de gratitud, le plantó a quien esto firma, un pico como los que se dan a las parejas cuando uno sale al trabajo. Tenía sentido. Se lo agradecí y no lo olvidaré nunca. Entre otras cosas porque nunca me ha vuelto a besar un hombre.

Esto es distinto. Muy distinto. Se hace desde una posición de poder, en un acto oficial, a la vista de todos y por parte de un hombre que manda a una mujer que celebra. ¿Que tienen confianza? Magnífico. Pero quizá aquel no era el momento. El que ella no se haya sentido incómoda o lo aceptase de buen grado no le resta un gramo de impertinente machismo. No era un beso de gratitud, sino de reafirmación. Podría ser de reconocimiento, pero también de dominio. O al menos esa es la sensación con la que todos nos hemos quedado.

Las mujeres no lloran, las mujeres facturan, le cantó Shakira a Piqué. Su amigo Rubiales debiera también aplicarse esa copla. Y aprender que las mujeres ganan mundiales y acaso no necesiten la marca del macho para celebrarlo y avanzar.