Editorial

Sánchez envalentona el 1-O separatista

Con Sánchez, que ha demostrado que no conoce límites éticos en su desempeño público, todo es posible y la oposición y la sociedad deben asumirlo y prepararse para responder

El separatismo celebra hoy el Primero de Octubre en un tiempo crucial en el que la estabilidad del Estado y el interés general están amenazados por la singular e insólita pinza formada por la izquierda en el poder y aquellos que protagonizaron un golpe contra el orden constitucional por el que unos fueron condenados y otros procesados y siguen huidos. Será un caso que se estudiará en la historia y la politología para comprender hasta qué punto las ambiciones personales de los responsables públicos pueden retorcer los códigos de la moral y el buen gobierno para eliminar el delito y ennoblecer al delincuente. De tal forma que la rebelión de antaño en el discurso sanchista se ha convertido en una crisis política que no merecía la reacción del Rey del 3 de octubre ni por supuesto el proceso judicial que hoy en el argumentario del Gobierno en funciones y sus aliados se ha transformado en una persecución del instructor, los fiscales y los magistrados del Tribunal Supremo. A nadie puede sorprender que con estas sinergias planteadas desde la cúspide del Estado, el independentismo catalán, todo él, haya recuperado el aliento cuando se encontraba embarcado en una retirada en toda regla. La fatiga de una algarada crónica orquestada por la casta política y social sin esperanza había agotado al común de los creyentes e incluso a demasiados fervorosos militantes. Su decadencia electoral ha sido una expresión contumaz de esa desconexión acelerada, tanto como la desmovilización popular expresada en las desangeladas convocatorias de la Diada y similares. Que Sánchez haya insuflado el suficiente hálito de vida política a la narrativa separatista representa una irresponsabilidad. Que los dirigentes de Junts y ERC entiendan que disponen de una posición de fuerza para alcanzar metas que superan el marco jurídico en un contexto que el presidente en funciones cree manejar a su antojo presenta para la nación un horizonte de peligros desconocidos. Sánchez ha dado por hecho un gobierno progresista más pronto que tarde con los separatistas subiendo el desafío de una amnistía general para el procés al referéndum de autodeterminación de Cataluña. Hay que dar por sentado que el presidente en funciones se guarda la información suficiente que ha ocultado a la opinión pública y al Parlamento para mostrar esa determinación y confianza en que reunirá los apoyos suficientes para su investidura de los que hoy no dispone. La opacidad y la ausencia absoluta de transparencia cuando no la mentira descarnada son identidad del sanchismo, por lo que la incertidumbre aboca al país a una provisionalidad en la que el bien común, los ciudadanos y las instituciones son los grandes damnificados. Con Sánchez, que ha demostrado que no conoce límites éticos en su desempeño público, todo es posible y la oposición y la sociedad deben asumirlo y prepararse para responder. Ni amnistía inmoral y antidemocrática ni referéndum contra la soberanía del pueblo.