Historia

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El análisis de la violencia

Hay un empeño en pensadores de todas las tendencias en reflexionar sobre la violencia, de modo muy particular en los últimos cien años

La Razón
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Ese gran pensador que fue –y espero que continúe siendo– el diplomático y filósofo argentino Víctor Massuh, creador de la figura que tituló «el hombre apocalíptico», sitúa la violencia como una forma de acción política, es decir, como un comportamiento que trata de situar sus componentes irracionales en el marco de una racionalidad, y la base de una exigencia normativa en el colectivismo. La violencia es un modo por el cual se pretende avasallar la voluntad, o el proyecto de otros, atacando la facticidad de otro, sus valores, sus ideas y mediante la coacción que puede ir de la discusión con argumentos intelectuales a lo intimidatorio. Se intenta menoscabar la capacidad de resistir y, en fin, se busca que ceda reconociendo su impotencia.

Merleau-Ponty sentó, como verdad inconcusa, que la violencia constituye «el fondo de las acciones humanas». Víctor Massuh, por el contrario, la entiende como «instrumento que se adopta para transformar la historia y salvarla como «elección política». Es un acto de la Naturaleza, «es una fatalidad, independiente de la voluntad misma de los hombres».

Hay un empeño en pensadores de todas las tendencias en reflexionar sobre ella, de modo muy particular en los últimos cien años: Nietzsche (1844-1900) exaltó la violencia como el máximo estímulo de la vida histórica; Marx (1818-1863), como «la partera» que hizo posible el nacimiento de un mundo nuevo; Sorel (1847-1922), cual gimnasia callejera que restaura la juventud social; Spengler (1880-1936), como el verdadero antídoto de la decadencia y mayor radicalidad; anatematizante como origen de todos los males por Tolstoi (1828-1910).

Sin duda, una realidad que salta en cualquier momento de la historia, de modo que fue creciendo la conciencia de que se trata de un problema necesitado de una profunda reflexión: desde estar muy delimitado por la ética a ser una cuestión fundamental en la sociología, la política y el pensamiento.

Creo que el análisis llevado a cabo por Víctor Massuh en su libro «La libertad y la violencia» (Editorial Sudamericana, 1976), reúne las máximas garantías analíticas quizá, principalmente, porque en el momento de la «contemporaneidad» el hombre europeo toma conciencia, se constituyen los ideales igualatorios y cobra cuerpo y plasma en el conocimiento de la realidad con el pragmatismo de su transformación.

El socialismo se transforma de su condición de utopía fraternal a la condición de revolución social y el socialismo gira a una concepción del mundo más próximo a una fórmula más científica y menos utópica; por consiguiente, menos individualista y menos libertaria. Creyó en el poder de las ideas, sin dejar de predicar en el poder de las ideas. Queda, desde luego, el socialismo marxista: la predicación del «materialismo dialéctico», una doctrina pacífica y gradualista a otra que Víctor Massuh considera, con razón, una doctrina gradualista a otra violenta, el tránsito del socialismo utópico al científico, de Proudhon a Marx; ambos socialismos incidían en condenar la propiedad privada y el mundo burgués, una idéntica interpretación clasista de la sociedad y una misma confianza en la clase obrera; las diferencias entre uno y otro fueron distintas ante la violencia y su órgano central, el Estado. Ya no se piensa románticamente; la violencia aparece como la condición misma del cambio revolucionario. No se prescinde de la revolución. Continúa siendo necesaria para «la liberación del hombre», porque sin ella no tiene lugar el nacimiento de lo nuevo. Lo escribe Marx: «La violencia es la partera de toda sociedad vieja, preñada de una nueva», es creadora, pues engendra un orden nuevo y define una cierta filosofía de la historia y, sobre todo, una metodología de la lucha social.