Luis Alejandre

Pamplona: perquín en el recuerdo

La Razón
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Perquín es un pequeño pueblo de unos 3.000 habitantes, de población originalmente lenca, situado a 1.230 metros de altitud en el llamado Oriente de El Salvador. Está alejado 44 kilómetros de su cabecera departamental San Francisco Gotera, ambos pertenecientes al departamento de Morazán. La difícil orografía y su proximidad a la frontera con Honduras lo convirtieron en un verdadero fortín durante la larga década de guerra civil que sufrió nuestra República hermana en los años ochenta y comienzos de los noventa. Desde Perquín emitía Radio Venceremos la voz del movimiento revolucionario aglutinado tras las siglas del Frente FMLN (Farabundo Marti de Liberación Nacional).

Por Morazán, por Perquín y por muchos pueblos salvadoreños pasamos dos centenares largos de españoles –civiles, policías y militares– entre 1992 y 1995, tiempo en que se desarrolló el proceso de paz y sus secuelas.

En Perquín conocí personalmente a Ana Guadalupe Martínez la carismática comandante del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) uno de los cinco componentes del Frente. Era la única mujer comandante y su ascendiente pasaba de lo real al mito. Debo confesar que le tenía –y le tengo– un enorme respeto a la hoy secretaria general adjunta del PDC, el partido demócrata cristiano salvadoreño. No obstante debo señalar que ya conocía a Ana con anterioridad a mi llegada a El Salvador y no sólo por los informes que nos proporcionaba la Misión de Naciones Unidas (ONUSAL). Encarcelada y torturada por la Guardia Nacional en 1976 había sido canjeada y expatriada vía España, a Argelia y Francia. Precisamente en París yo había leído su libro «Une femme du Front de Liberation Témoigne» (Editions Des femmes, 1981) versión adaptada de «Las cárceles clandestinas de El salvador» libro que no conozco, editado por el propio ERP en 1980. En él relata el compromiso y sufrimiento de una joven estudiante de 4º de Medicina que decide un día entregarse en cuerpo y alma a un movimiento revolucionario. Por supuesto: su enorme coste. El proceso entrañaba para muchos de nosotros largas horas de viaje por la dificultad de las comunicaciones especialmente en tiempo de lluvias, pero también contactos, intercambios de opinión y experiencias, tanto con los miembros del Ejército como con los del Frente, siempre llevados de la mano con una necesaria neutralidad. Muchos de nuestros parámetros coincidían más con los del Ejército, pero con el Frente siendo diferentes, también aparecían sensibles puntos de soldadura. En contra de algunas opiniones, el militar es persona centrada y con más que positiva sensibilidad social. Lo hemos demostrado en muchas misiones de este tipo realizadas durante los últimos años.

A Perquín, aparte de inventarios de armamento, apoyos médicos y calendarios de ejecución, nos llevó un caso más humano. Un oficial español destinado en el puesto –Centro de Verificación en el argot de Naciones Unidas– se había enamorado de una guerrillera perteneciente a una facción que había operado en la zona. Podía peligrar nuestra neutralidad. Y la verdad es que el tema se resolvió fácilmente. Con Ana, aparte proceso de paz, hablamos del libro de París –que completó con una bella dedicatoria firmada el 22 de Junio de 1994– de su vida, de sus hijos, del futuro. También del pasado, por supuesto. No podíamos obviar la dureza de una guerra civil y de sus consecuencias, algo que los españoles conocíamos bien. En un momento, hablando de ciertas malas prácticas del Ejército, me enseñó una fotografía que encontró entre los efectos de un militar muerto en un enfrentamiento. Era una fotografía para mi dramática: una decena de soldados, fusil en ristre, posaban con aires de victoria sobre el cuerpo vivo de una guerrillera a la que salvajemente habían violado. Sobre los fotografiados, a bolígrafo, algunas cruces. Bastantes cruces. Identificados, habían ido a por ellos, uno a uno. El lector me entiende. Mal juez hubiera sido yo si me hubiese enfrentado a este caso. La violación individual ya es condenable; pero la violación con abuso de fuerza o de poder no tiene nombre.

En Pamplona, cinco salvajes, se han aprovechado de la real alegría de unas fiestas irrepetibles, de la madrugada, del alcohol, y de la posible simpatía o confianza de una mujer joven, para violarla con uso de la fuerza. Y no contentos con mantener su fechoría en la oscuridad de un portal, grabaron con uno de sus móviles la afrenta. ¡Como los soldados de Perquín!

¡Mal juez sería yo también con estos jóvenes sevillanos si la sentencia es firme! ¡Suerte tienen de que se les juzgue en un Estado de Derecho con presunción de inocencia y garantías procesales! ¡Ya pueden imaginar cómo les hubieran sentenciado en Perquín!