Restringido
Tiempos de penumbra
España está atravesando –a mi juicio– un mal momento. Un mal momento exterior y, sobre todo, un delicado trance interior. Parecía que tras muchos siglos de haber jugado apuestas perdedoras –solos o en malas compañías– habíamos encontrado en la UE y en la OTAN una especie de red de seguridad
Recuerdo una historia sobre un submarino alemán en la Segunda Guerra Mundial atacado con cargas de profundidad por los británicos durante largas horas. Todos con los nervios a bordo destrozados por las terribles y continuas explosiones. En un momento dado –durante una breve pausa– el comandante coge el micrófono de la red interna de altavoces del buque y dice: «Atención dotación: que nadie tenga miedo; el comandante tiene miedo por todos».
En esto creo que consiste el liderazgo. No en negar la evidencia, sus dificultades y malos tragos, sino en asumir la pesada carga colectiva y señalar la dirección de la salida, para sobrevivir, para triunfar.
España está atravesando –a mi juicio– un mal momento. Un mal momento exterior y, sobre todo, un delicado trance interior. Parecía que tras muchos siglos de haber jugado apuestas perdedoras –solos o en malas compañías– habíamos encontrado en la Unión Europea (UE) y en la OTAN una especie de red de seguridad en la que poder desarrollar el potencial económico de nuestra gente –entusiasta e imaginativa– en un mundo cada vez más integrado –la globalización– mientras nos corresponsabilizamos –aunque sólo fuera un poquito– de su seguridad y gobernanza.
Simultáneamente, la democracia interna y el respeto a la Ley también parecían aseguradas por una Constitución aceptada por casi todos y que protegía mucho a las minorías territoriales o sociales.
Y de repente –casi súbitamente– las aguas interiores y exteriores que rodean nuestro común submarino español se llenan de terribles explosiones que nos apagan de vez en cuando la iluminación de vida, dejándonos en la penumbra, con sólo las luces de emergencia encendidas. Distinguimos las cosas con dificultad. Quisiéramos oír a nuestro comandante asegurándonos que vamos a salir de esta; dándonos ánimos con credibilidad. Es la hora de la palabra que calienta el corazón sin excusas ni subterfugios. Es la hora del liderazgo generoso.
La administración Obama, que empezó con grandes expectativas está decepcionando con su acción exterior y con la mayoría de sus iniciativas internas. La situación de seguridad en Europa del este y Oriente Medio está estancada y no se vislumbra la solución a largo plazo. Falta valor, anticipación e iniciativa. Su obsesión con el Pacífico –y con China en particular– tiene unas raíces claramente económicas y les distrae de los graves desafíos al orden mundial en las dos regiones mencionadas inicialmente.
Sin embargo una cosa es esta administración y otra Estados Unidos, que sí tiene demostradas reservas espirituales de entusiasmo con las cuales ha configurado las reglas mercantiles, financieras y sociales de la globalización actual. Las que tan mal está defendiendo el presidente Obama.
La UE procede de un sueño: de que tras dos terribles guerras mundiales, los hombres habíamos aprendido que la violencia colectiva no es rentable, es decir, que la naturaleza humana se puede cambiar. Una utopía. Primero encontramos que fuera de Europa seguía existiendo esa violencia y ahora estamos a punto de descubrir que también nos alcanza aquí. Que no se eligen los enemigos; que los enemigos te eligen a ti. Configurada la UE a imagen y semejanza de una Alemania todavía cautiva de sus fantasmas violentos del pasado y algo egoísta en los lances difíciles; con una Francia que trata de hacer compatible una tradición laica y racionalista con las guerras de religión que se nos vienen encima; y con un Reino Unido que es un escéptico compañero de viaje común europeo; los problemas se multiplican, el liderazgo no aparece por ningún lado y los falsos profetas nacionalistas –el sálvese quien pueda– proliferan.
Y qué decir de los desmoronados muros de nuestra querida patria que tanto han aguantado desde los tiempos de Quevedo. Con la buena gente descontenta con una clase política endogámica e incapaz de producir buenos comandantes de submarino para aguantar tanta carga de profundidad rellena de división y populismo como nos están lanzando últimamente. ¿Podrán producir esos partidos políticos –en especial el PSOE– suficiente generosidad para que gobierne el que los españoles han considerado el menos malo de entre ellos? ¿Serán esos dirigentes españoles capaces de identificar y defender nuestros intereses colectivos básicos? ¿Serán capaces de mirar al exterior, por encima de los acosados muros y ver lo que está pasando ahí fuera? Creo firmemente que la situación hace al líder. A lo largo de mi carrera he visto a regulares comandantes enfrentarse a malos momentos en la mar y crecerse con la situación. Norteamérica, Europa y desde luego también España, necesitan líderes que estén a la altura de los desafíos a los que nos enfrentamos. Que guíen a su gente: a nosotros. Y tarde o temprano los vamos a encontrar. Tarde o temprano alguien cogerá el micrófono y dirá alto y seguro: «Que nadie tenga miedo porque de ésta salimos». Y las luces se volverán a encender. Las luces de nuestra civilización, de lo que hemos sido y de lo que todavía seremos cuando nos dejen. Estas luces nunca se han apagado del todo; que se lo pregunten sino a los miles de refugiados que tratan de alcanzarnos. Solo están un poco amortiguadas con tanta carga de profundidad. Con confianza por nuestra parte empezaran a lucir a partir de este nuevo año.
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