El buen salvaje

Ultra Bardot

Hay personajes que no se ven nítidos si se miran con los cristales empañados de sectarismo

El fervor ideológico supera a la muerte. Brigitte Bardot fue uno de los mayores símbolos pop de Europa. Los que no la conocían debido a la «brecha generacional», y a la consiguiente brecha analfabeta, se dieron cuenta de que una señora de la edad de su abuela fue un «cañón de tía». Miraron la foto con tanto deseo como con ese desdén rutinario con el que pasan los cuerpos en Instagram. Lo que de nuevo no han podido esconder los escribidores de obituarios que creen mandar en el mundo cultural es su veredicto sobre qué es alta cultura y qué un matarratos. Sucede siempre. Si al finado se le puede definir como «comprometido» con las causas sociales, o sea, esa manera de decir que es de izquierdas, tendrá el beneplácito intelectual; de lo contrario no merecerá ni fenecer bajo las cartela de la sección de Cultura.

Brigitte Bardot fue una mujer libre, de cuando se entendían las pancartas feministas, su cuerpo vivió en la contradicción de satisfacerse a sí mismo y a los millones de hombres para quien era la reencarnación de Venus. También fue una polémica defensora de los derechos de los animales, tanto que prefería a las bestias a los humanos, algo que, pasado el tiempo, tampoco parece tan descabellado. Hasta ahí estaría de acuerdo cualquier asamblea progre y hasta las que salvan a las gallinas «para que no la violen los gallos».

Resulta que a la vez que todo lo anterior, Bardot era una simpatizante de la extrema derecha, de la Agrupación Nacional y de Marine Le Pen. Como buena parte de los «obreros» franceses. Defendía el control de la inmigración y advertía de los peligros del Islam. Esto escuece en nuestra «rive gauche» a la que le hubiera gustado no quedarse en el escote al que puso nombre. No es lo mismo que hablar de Susan Sarandon, por ejemplo, mucho mejor actriz pero en absoluto una de las escasas figuras que marcan una época y la trasciende. Hay personajes que no se ven nítidos si se miran con los cristales empañados de sectarismo. En ese sentido, algunos la enterraron sin ver más allá de su trasero.