Religión

«El puente Madrid-Barcelona ... y Roma»

Retratos del Cardenal Omella, nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española
El cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española,Ricardo RubioEuropa Press

«Me veo como un cura de pueblo». A Juan José Omella le sale sin pensar cada vez que alguien le ronda con ánimo de revestirle de príncipe de la Iglesia. Ese cura de pueblo acabó siendo arzobispo de Barcelona, cardenal y, desde ayer, le hacen ser presidente de la Conferencia Episcopal Española. Y puente. Eclesial y político.

Encaje de bolillos va a necesitar para ajustar agenda de los vuelos a Roma y los AVE a Madrid, amén de otros «bolos», varios dentro y fuera de España. Desconocido por la opinión pública nacional, sus habilidades sociales, humor cercano y lenguaje libre de peajes clericales rompen con el imaginario de los capisayos barrocos. Y juega a ser baza a su favor para ejercer de equilibrista en la encrucijada que vive España. En la antesala del 1-O echó el resto lo mismo con Rajoy y Soraya que con Junqueras para intentar evitar el caos que finalmente sobrevino a Cataluña. Y al resto del país. Apostó por una mediación de fineza vaticana y franqueza de la que solo un párroco de barrio es capaz. Desde el diálogo directo. Ahora toca desengrasar ese callo forjado con un Gobierno de coalición que deshoja el calendario con la reforma educativa, que arrincona a la Religión y asfixia a la escuela católica, con la ley de la eutanasia, con cambios de la fiscalidad eclesial y la resignificación del Valle de los Caídos.

Moncloa va a ir adelante sí o sí. Pero calibrando a quien tienen enfrente. Ahí estará Omella. Acompañado de Osoro en el tándem. En un vínculo eclesial Madrid-Barcelona inexistente hasta la fecha. Negociadores a los que ya se cuestiona por considerar que sentarse en la mesa de Sánchez es pecado por la vía de la claudicación.Inevitable mirar a Tarancón. Pero Omella no es aquel. Nunca lo ha pretendido. No porque no le falte personalidad ni capacidad de liderazgo. No es la Transición, pero los órdagos no se quedan atrás y las arenas movedizas que ha de sortear no se le arriendan las ganancias. Conciliador, pero no ingenuo. Su habilidad para moverse ayer en la rueda de Prensa lo confirman. Sabe moverse lo mismo en una sacristía, en un salón del Ayuntamiento de Colau que entre los tenderos del mercado de Santa Caterina.

Presidente puente, experto en difuminar fronteras y detonar minas controladas cual TEDAX. No en vano nació en Creta, en la llamada España Vaciada a siete kilómetros de la provincia de Tarragona. Turolense de esa tierra aragonesa donde se venera a la patrona de España, siempre se ha manejado en un catalán ahora reforzado. Mano izquierda. Pero también derecha. No le tiembla el pulso cuando hay que plantar cara a los abusos clericales o cualquier otra corruptela. Avezado en la pastoral del mantel, la ejercita diariamente pues convive bajo el mismo techo con sus obispos auxiliares de Barcelona y aprovecha el desayuno como una primera reunión de consejo de ministros con café en mano.

De puertas para adentro, le toca acelerar el aterrizaje de las reformas papales en un territorio al que el papado bergogliano le pilló con el pie cambiado. Cardenal de Francisco, tiene hilo más que directo. Él mismo reconocía ayer que se le encomienda recuperar la conexión con ese ciudadano de a pie que tiene alergia a pisar una iglesia. El cardenal Blázquez ha puesto los pilares en esto seis años con sigilo. De Omella se espera que terminar de levantar el templo sinodal que pide el Papa. En Añastro no empieza desde cero. Tan solo limpiar algún rastrojo. El presidente saliente le deja en la secretaría general a su obispo auxiliar en Valladolid, Luis Argüello, encargado de la fontanería episcopal.

Este pasado domingo, mientras había quien apuraba las horas para agenciarse algún que otro voto, Omella miraba para otro lado. Llenaba la basílica de la Sagrada Familia para que sus fieles escucharan al obispo de Bangassou, Juan José Aguirre, el héroe de los últimos en República Centroafricana. Quizá con cierta nostalgia de esa impronta misionera que le llevó siendo joven hasta Congo de la mano de los padres blancos. Hoy ese cura de pueblo tiene otra misión.