Religion

El tiempo lo marcas tú

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Christian Díaz Yepes

Carpe diem, advertían los antiguos. “Aprovecha el día, el momento”, es su traducción. Una frase que se emplea para concienciarnos sobre el valor del tiempo como el mejor recurso para aprovechar. Sin embargo, optimizar el tiempo supone mucho más que los resultados materiales que nos pueda aportar. Es un desafío que toca nuestro propio ser y el lugar que ocupamos en el mundo. Nos jugamos aquí nuestra propia ascensión hasta la eternidad.

Me gusta dar paseos por la sierra. Cada vez que subo por el Valle de la Fuenfría y antes de llegar a la pradera de Navarruleque, me encuentro con el reloj de sol erigido en honor de Camilo José Cela, “caminante del Guadarrama antes que Nobel”, como reza una de las piedras del monumento. Este es una plataforma de granito dividida en doce recuadros y rodeada de diecisiete piedras talladas que señalan las horas. Este reloj implica al caminante dentro su mecanismo, de tal manera que la persona hace las veces de indicador o gnomo manteniéndose en pie sobre el recuadro de la plataforma según la fecha del año en que se encuentre; para una mayor precisión, alzando también los brazos con las palmas de las manos unidas hacia arriba. Su propia sombra se proyecta entonces sobre una de las piedras circundantes que le señala la hora. Como se entiende, si la persona se sitúa en el recuadro equivocado o en mala postura, fallará en el cometido.

La sincronización entre el conjunto granítico del reloj, la luz solar, la persona y su propia sombra componen una perfecta metáfora de lo que es el tiempo. Este aparece como la confluencia entre los movimientos del cosmos y nuestro situarnos en ellos. Porque cada día pasa con la sucesión de sus horas, como la sombra de ese reloj solar que va cubriendo nuestra existencia. Por eso se entiende que los griegos identificaran el tiempo con el dios Cronos, quien devoraba a sus hijos antes de que pudieran crecer. Es decir, el mito nos lo presenta como un padre que nos hace existir, pero nos consume antes que podamos valernos por nosotros mismos. Esta fatalidad, sin embargo, no tiene sentido cuando vivimos en la libertad cristiana.

“Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer…”, nos dice la Carta a los Gálatas (4, 4). La venida de Cristo a nuestro mundo ha llevado a otra dimensión el tiempo que nos hace mientras nos desgrana. El curso fluctuante de la historia ha alcanzado su sentido. Ya no hay nada más que esperar ni que añorar. Cuando nos situamos de pie, como resucitados con Cristo, y con los brazos alzados que expresan nuestra alabanza y aspiración a lo más alto, tomamos parte en la eternidad que se ha abierto en nuestra historia, y toda nuestra persona puede manifestar la dignidad que ocupa en el mundo. La eternidad acontece en el instante en que tomamos conciencia de esto y nos disponemos a vivir en consecuencia. Por eso saber situarnos en el aquí y el ahora como personas nuevas en Cristo ha sido el secreto de los grandes santos. Viviendo cada momento con sentido pleno también nosotros nos mantenemos en ese tiempo absoluto en el que él nos invita a vivir: “Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus problemas” (Mateo 6, 34).

Cuando nos amenaza la incertidumbre sobre lo que vendrá o nos agobiamos por lo que pasó arriesgamos que se nos escape el tiempo de las manos. Nuestra vida pasa mientras se pierde nuestra mirada en otras cosas. En cambio, si vivimos día a día concentrados en el presente, seremos el indicador que permanece firmes y apuntando hacia, valiéndose de los giros del sol y las horas para ocupar su lugar justo en el mundo. Como lo dijo otro gran escritor, Ernesto Sábato: “No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí. Y entonces ¿cómo? Hay que re-valorar el pequeño lugar y el poco tiempo en que vivimos”.

No dejemos de ocupar el lugar que nos corresponde. Sigamos la enseñanza de Jesús y seamos nosotros los que marquemos rumbo al tiempo. Demos a este día su propio afán, viviendo con dignidad y en alabanza. Recordémoslo cuando advirtamos que divagamos en suposiciones inciertas sobre el futuro o en lamentaciones sobre el pasado. Vivamos como resucitados con Cristo y en alabanza a él, más allá de las sombras que nos amenazan. Aprovechar así el presente determina nuestro estar en el mundo y mucho más allá de él.