Juan Pablo II
Paloma Gómez Borrero: «La muerte de San Juan Pablo II ha marcado la historia de la Iglesia»
Paloma Gómez Borrero / Periodista
Si alguien conoce bien a San Juan Pablo II, esa persona es Paloma Gómez Borrero, una de las referencias periodísticas española en el Vaticano, que acompañó por todo el mundo al Papa polaco. Ahora, diez años después de su muerte, le recuerda para LA RAZÓN.
–Usted ha conocido a un santo.
Es una gran emoción. Como lo es que la muerte de Juan Pablo II marcó la historia de la Iglesia, pues tras él han venido un Papa que renunció, Benedicto XVI, y un sucesor procedente de Latinoamérica. En estos diez años, han pasado más cosas que en siglos.
–¿Cómo vivió aquella jornada del 2 de abril de 2005?
–Estuve muy cerca de él, en la sala Clementina. Pude estar el tiempo que quise junto a su secretario, que tenía los ojos rojos de no haber dormido y haber llorado mucho. Ver al Papa consumido de dolor, tan pequeñito... Ver así a aquel montañero polaco al que llamaban «Huracán Wojtyla», «Maradona de la fe»o «Vikingo de Dios» me conmovió. Tenía el rostro inclinado para poder oír las oraciones. Tuve que reprimir las lágrimas.
–¿Qué recuerda con más fuerza de su Pontificado?
–No puedo olvidar el atentado. Tampoco los continuos dolores que sufría, de los que jamás se quejaba. Recuerdo los encuentos con los jóvenes y lo feliz que fue en su primera visita a nuestro país. Había querido venir a España mucho antes, pero como provenía de un país comunista, no le dejaban entrar. Cumplió su ilusión.
-¿Recuerda alguna anécdota en concreto?
-Solía escaparse algunos martes a esquiar. En una de esas ocasiones, mientras esperaba en la cola para tomar un arrastre, oía cómo se quejaba por el tiempo de espera el joven que tenía delante. Él le dijo: «Rece, rece y se le pasará el tiempo más rápido». Cuando se dio cuenta de que era el Papa, se sorprendió. Wojtyla le contestó: «No digas nada, porque si se entera más gente no esquiamos ni tú ni yo».
–¿Era cercano?
–Muy cercano y muy humilde. Cuando va a ver al presidente Pertini, amigo suyo, al hospital, la mujer de éste no le deja entrar en la habitación. El Papa le pide si se puede sentar en una silla al lado de la puerta. Se sienta, reza el Rosario y se fue diciendo: «Vámonos, ya sabrá el presidente que he venido a verle». Eso no lo hace cualquiera. Además, era un hombre que sabía conectar muy bien con los jóvenes. Hay una generación que se ha acercado a Cristo a través de Juan Pablo II.
–¿Qué mensaje nos trae hoy?
–Nos enseñó a sufrir y a morir. Fue su lección última, la del sufrimiento físico tan tremendo que tuvo. Enseñar a ser feliz es fácil, enseñar a sufrir y a morir es difícil. Él nos dió una lección en ese sentido.
–Sigue siendo un modelo, ¿no?
–Ha sido modelo en muchísimos campos. Las Jornadas Mundiales de la Juventud, la importancia de la familia. Cree en la familia, cree en la juventud y cree en el amor misericordioso de Dios. En el fondo, tanto Benedicto XVI como Francisco van en la senda de Juan Pablo II. Uno es un huracán, el otro una sinfonía teológica y el tercero la revolución de ternura y misericordia. Son tres papados muy importantes en el siglo XX y XXI.
–¿Es la misericordia el vínculo entre Francisco y Wojtyla?
–Que Francisco acabe de convocar un año de la misericordia y que se vaya a coronar con la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia es como cerrar un círculo.
–¿Qué viaje destacaría del más del centenar que realizó?
–Sentimentalmente, el primero y el último viaje a España. El otro, por su trascendencia, Cuba. Cabe recordar que en el viaje de Benedicto XVI, Fidel Castro se acercó al hoy Papa emérito para darle las gracias por beatificar a Juan Pablo II. Ha cambiado mucho Cuba gracias al Papa polaco. Sembró muchísimo.
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