Polémica

El Vaticano bendice todas las vacunas contra el coronavirus, incluidas las que usan “líneas celulares de fetos abortados”

La Santa Sede considera “moralmente aceptables” estos tratamientos en tanto que su “cooperación al mal” es “remota”

La Santa Sede ha dado respuesta a una cuestión que genera desde hace meses “debates en la opinión pública”
La Santa Sede ha dado respuesta a una cuestión que genera desde hace meses “debates en la opinión pública”Servicio Ilustrado (Automático)EUROPA PRESS

Los 1.300 millones de católicos del planeta pueden vacunarse contra el coronavirus sin quebraderos de cabeza porque pudiera generar algún tipo de incompatibilidad con su fe. El Vaticano ha dado luz verde a todas y cada una de las investigaciones en marcha para frenar la expansión de la pandemia. Es más, incluso considera que es “moralmente aceptable utilizar vacunas antiCovid-19 que han utilizado líneas celulares de fetos abortados en su proceso de investigación y producción”. Así lo ha puesto de manifiesto en una nota que cuenta con el visto bueno expreso del Papa Francisco y que está firmada por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el jesuíta español Luis Francisco Ladaria, así como el secretario del mismo departamento, Giacomo Morandi.

Aunque el documento vaticano está rubricado el pasado 17 de diciembre, su publicación ha sido prácticamente simultánea a la aprobación por parte de la Agencia Europea del Medicamento de la vacuna de Pfizer. De esta manera, la antigua Inquisición reconoce que “todas las vacunas reconocidas como clínicamente seguras y eficaces pueden utilizarse con la certeza de que el recurso a ellas no significa una cooperación formal con el aborto del que se derivaron las células de las que se produjeron”.

La Santa Sede es consciente de que esta cuestión viene generando desde hace meses “debates en la opinión pública” y no duda en admitir que han recibido varias peticiones sobre el posicionamiento de la Iglesia católica. Es más, reconoce que, en este tiempo, “se han producido diversas declaraciones en los medios de comunicación por parte de Obispos, Asociaciones Católicas y Expertos, diferentes entre sí y a veces contradictorias, que también han planteado dudas sobre la moralidad del uso de estas vacunas”.

“No se pretende juzgar la seguridad y eficacia de estas vacunas, aun siendo éticamente relevante y necesario, porque su evaluación es competencia de los investigadores biomédicos y las agencias para los medicamentos, sino únicamente reflexionar”, apunta el documento elaborado por el equipo del cardenal Ladaria.

Para justificar este pronunciamiento, Doctrina de la Fe echa mano de otros dos textos de referencia de la Academia Pontificia para la Vida que datan de 2005 y 2017, además de remitirse a la instrucción ‘Dignitas Personae’ de 2008, que respaldó Benedicto XVI. En este último documento, el ahora Papa emérito matizaba que, en el caso de utilizar fetos abortados para crear líneas celulares para su uso en cualquier investigación científica, “existen diferentes grados de responsabilidad” en lo que el Vaticano denomina como “cooperación al mal”. Es este punto el que sirve como vara de medir, puesto que la nota admite que se considera “moralmente lícito el uso de estas vacunas” en tanto que esa cooperación material pasiva “es remota”.

Eso sí, el ‘Ministerio’ guardián de la moral especifica que “el deber moral de evitar esa cooperación material pasiva no es vinculante si existe un peligro grave, como la propagación, por lo demás incontenible, de un agente patógeno grave”. De la misma manera apunta que el uso lícito de estas vacunas en el caso del coronavirus, “no implica ni debe implicar en modo alguno la aprobación moral del uso de líneas celulares procedentes de fetos abortados”. Y es ahí donde Roma lanza un aviso a navegantes para que no se interprete como una ‘barra libre’: “Se pide tanto a las empresas farmacéuticas como a los organismos sanitarios gubernamentales que produzcan, aprueben, distribuyan y ofrezcan vacunas éticamente aceptables que no creen problemas de conciencia, ni al personal sanitario ni a los propios vacunados”.

Aun con estos elementos a tener en cuenta, para que no quede duda alguna, el Vaticano insiste en que “se debe subrayar que el uso moralmente lícito de este tipo de vacunas, debido a las condiciones especiales que lo posibilitan, no puede constituir en sí mismo una legitimación, ni siquiera indirecta, de la práctica del aborto, y presupone la oposición a esta práctica por parte de quienes recurren a estas vacunas”.

En cualquier caso, la Santa Sede deja la puerta abierta a que no se vacunen “quienes, por razones de conciencia, rechazan las vacunas producidas a partir de líneas celulares procedentes de fetos abortados”. Eso sí, apunta que estas personas “deben tomar las medidas, con otros medios profilácticos y con un comportamiento adecuado, para evitar que se conviertan en vehículos de transmisión del agente infeccioso”. “En particular, deben evitar cualquier riesgo para la salud de quienes no pueden ser vacunados por razones médicas o de otro tipo y que son los más vulnerables”, apostilla el documento.

Lo cierto es que, hasta la fecha, son cinco las vacunas frente al SARS-CoV-2 que se sirven de líneas de células fetales HEK-293 y PER.c6. Solo dos de ellas se encuentran en ensayos clínicos. En cuatro de esas cinco, las células se utilizan como “fábricas” para producir adenovirus y en una, se utilizan para la fabricación de proteína S recombinante.

Más allá de la polémica sobre la vinculación entre vacunas y aborto, Doctrina de la Fe también aborda otra de las cuestiones en las que el Papa Francisco ha insistido en este calvario pandémico: la gratuidad del tratamiento. O en otras palabras, el acceso universal. “Existe también un imperativo moral para la industria farmacéutica, los gobiernos y las organizaciones internacionales, garantizar que las vacunas, eficaces y seguras desde el punto de vista sanitario, y éticamente aceptables, sean también accesibles a los países más pobres y sin un coste excesivo para ellos”, sentencia la Inquisición del siglo XXI. Es más, advierte de que “la falta de acceso a las vacunas se convertiría, de algún modo, en otra forma de discriminación e injusticia que condenaría a los países pobres a seguir viviendo en la indigencia sanitaria, económica y social”.