Racismo
«Soy gitana y soy de fiar»
Más de 25 millones de internautas impiden que Amanda se tatúe. en su brazo un mensaje discriminatorio hacia su raza
Más de 25 millones de internautas impiden que Amanda se tatúe
en su brazo un mensaje discriminatorio hacia su raza
Amanda tenía tres tatuajes: una «A» por su nombre, otro que pone «Ángelo», en honor a su primo, y una rosa en su pierna. Desde ayer suma un cuarto: «Soy gitana y no soy de fiar»... con el «no» tachado. Esta joven aceptó el reto que le propuso la Fundación Secretariado Gitano (FSG) con motivo de la celebración ayer del Día Internacional de la Tolerancia. Amanda tenía que hacerse un tatuaje con la frase: «Soy gitana y no soy de fiar». Sin embargo, si más de 10 millones de personas se hacían eco en las redes sociales del hashtag #ElTatuajeQueMásDuele, su tatuador, Jorge López, eliminaría el «no», transformándolo instantáneamente en un mensaje positivo. Objetivo cumplido: al final, más de 25 millones de personas hicieron referencia al mensaje. Alejandro Sanz, Rosario Flores, Julia Otero o Álex Ubago fueron algunos de los conocidos rostros que dieron alas a esta campaña viral.
Pero ¿quién es Amanda Silva? A sus 20 años ya cuenta con el título de Administración y Dirección de Empresas (ADE), que obtuvo a través de un PCPI. Y seguirá estudiando, aunque ahora ha tenido que aparcar momentáneamente los libros porque tiene entre manos el «proyecto» más importante de su vida: su hijo Jesús, de nueve meses. Casada por el rito gitano, ella misma ha sufrido discriminación por ser gitana. Una discriminación «cotidiana», que en el día a día, se nota, por ejemplo, «cuando voy a comprar a los centros comerciales. Te das cuenta de que sólo por el hecho de ser gitana me persiguen: siempre tienes al guardia de seguridad detrás. O incluso cuando he ido a buscar piso. Quería alquilar uno a las afueras de Madrid. Y cuando descubrieron mi etnia, se echaron atrás, no quisieron alquilármelo». Con su familia la situación no ha sido mucho mejor. Su marido, Jesús, está cansado de ver «cómo la gente se lleva la mano a la cartera, o se echan a un lado cuando te cruzas con ellos por la calle». A su madre, Conchi, la despidieron después de trabajar seis años como cajera «cuando supieron que era gitana, pese a que mis jefes estaban superorgullosos». La hermana de Amanda, Jennifer, corrió la misma suerte en su puesto de camarera... «En pleno siglo XXI no nos dejan expresarnos, ni estudiar, ni trabajar... Hagamos lo que hagamos, la palabra ‘‘gitano’’ influye mucho», lamenta Conchi.
La FSG estima que en nuestro país hay en torno a 750.000 gitanos. «Uno de los grandes problemas es que no denuncian los casos de discriminación», afirma a LA RAZÓN Sara Giménez, abogada y responsable del Área de Igualdad de esta fundación. Durante más de 12 años, la FSG elabora un informe al respecto. Y, de media, atienden alrededor de 150 casos anualmente, en los que «se atenta contra el derecho fundamental de igualdad, lo que impide una vida digna». El acceso al empleo, a la vivienda y a los bienes y servicios –entrar en discotecas, piscinas, etc.– suponen las denuncias más habituales a las que se enfrenta la fundación. Las víctimas son mujeres en el 52% de los casos, lo que supone «una doble discriminación por su condición étnica y por género».
Sin embargo, la cifra de 150 denuncias «no se corresponde con la realidad», explica Giménez. De hecho, algunas estimaciones apuntan a que estos podrían constituir apenas un 10% de los casos. ¿Por qué este silencio? «Básicamente, por falta de información. Además, como lo han sufrido en su vida diaria, tienen la discriminación asimilada. Y desconfían de la respuesta del sistema», afirma la abogada. Sin olvidar que estas situaciones «pasan desapercibidas para la sociedad mayoritaria», a pesar de que son «miles los afectados en el día a día».
Finalmente, el reto de Amanda se saldó con un mensaje positivo. «Son muchas las personas que rechazan los prejuicios que nos marcan y condicionan, aunque aún queda mucho por hacer», afirmó Isidro Rodríguez, director general de la Fundación Secretariado Gitano. Aunque la propia Amanda manifestaba, antes de hacerse el tatuaje, su confianza en que la red apoyaría su mensaje, no pudo evitar sentirse «sorprendida». «Iniciativas como ésta pueden hacerle a la gente cambiar de idea. Pero no pensé que llegaría a tantas personas», dice. Reconoce que le ha dolido un poco el tatuaje y su posterior «correción». De hecho, deberá llevarlo tapado durante 24 horas. Pero ella misma sabe que duelen más unos prejuicios que también van unidos a su piel.
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