Chamberí
Fernando Cruz: «Mi personalidad está reflejada en el bordado de mis vestidos»
Toros y buceo. Dos mundos a priori antagónicos se dan la mano en «Inmersiones». Esta exposición, que dará vida y colorido al hall del Instituto francés de España en Madrid durante el presente San Isidro, acercará al público el trabajo que la diseñadora y arquitecta de interiores Anne Mesnard ha realizado durante los últimos trece años confeccionando los bordados de los trajes del matador de toros madrileño Fernando Cruz.
Un total de quince vestidos de luces en los que, salvo un par en los que aparecen lunas y corazones, la temática siempre ha sido el fondo marino. Corales, anguilas, caballos y estrellas de mar, algas... inmortalizados en oro, azabache o hilo verde como el último diseño, sobre seda en verde botella. Este último espera su estreno como otro, precioso, azul noche y oro.
«Mi personalidad está reflejada en estos vestidos, son parte de mi carrera y de mi forma de vivir en torero... Se han convertido ya en una seña de identidad», explica Cruz sobre su «segunda piel». «Conocí a Fernando cuando tan sólo 18 años viendo un festejo juntos en Vistalegre, era muy joven pero me impactó mucho su mentalidad y su personalidad, yo acababa de empezar a bucear, una de mis ilusiones, otro mundo fascinante, así que se me ocurrió tratar de conectar ambas experiencias», recuerda Mesnard que le propuso al torero del barrio de Chamberí «empezar a dibujar los bordados de sus trajes plasmando esos paisajes del fondo del mar que descubría haciendo submarinismo».
Pese a la «ilusión tremenda» que le hizo desde el primer minuto tener sus propios trajes a medida y con un toque personal, Cruz reconoce que tuvo «ciertas dudas». «Me costó asimilar la idea, estaba algo desconcertado, sobre todo, por el impacto que podía tener en un mundo que todos sabemos que está cortado por un patrón muy clásico, me preocupaba faltar al respeto a mi profesión», explica.
Sin embargo, los diseños tuvieron una gran acogida y el torero se fue «involucrando cada vez más» en unos trajes «únicos e irrepetibles». «No hay otro igual, ni siquiera la manga o la pierna de uno es como la otra, pues son asimétricos». Ahí reside su gran valor y el trabajo que hay detrás. Cada vestido -cuyo precio ronda el millón de pesetas frente al medio millón de uno normal– supone más de tres meses de trabajo.
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