Zaragoza

Morante y el doble sentido de lo caro

Pobre conjunto de una Corrida de la Beneficencia que sólo paladeó pinceladas del mejor toreo del sevillano

Morante de la Puebla lancea a la verónica al quinto de la tarde
Morante de la Puebla lancea a la verónica al quinto de la tardelarazon

Las Ventas (Madrid). Corrida Extraordinaria de Beneficencia. Se lidiaron toros de Valdefresno y Victoriano del Río (1º y 6º), desiguales de presentación, de mayores opciones los dos remiendos. Noble y con transmisión aunque sin fuerza, el 1º; a menos el rajado 6º. Faltos de raza, los del hierro titular. Lleno de «No hay billetes».

Juan José Padilla, de marino y oro, pinchazo, estocada casi entera, aviso (silencio); tres pinchazos, aviso, estocada corta caída, segundo aviso, descabello (silencio).

Morante de la Puebla, de catafalco y oro, pinchazo, media atravesada (pitos); cuatro pinchazos, aviso, otro pinchazo más (leves pitos).

Sebastián Castella, de azul pavo y oro, estocada corta atravesada, aviso, estocada muy trasera (silencio); media trasera, descabello (silencio).

Bocetos. Simples pinceladas. Y de las caras, muy caras. Tanto por la inmensa calidad de las mismas como por lo mucho –sus cinco toros anteriores en blanco hubo que esperar– que cuesta verlas. Con cuentagotas. Morante apretó y nos relamimos. Pero no hubo más allá. Ni atracón ni menú del día en una Corrida de la Beneficencia que sólo nos deparó un piscolabis ostentoso, pero que te deja con hambre de paladear más. Tras sendos fiascos en sus dos primeros compromisos en Madrid, con dos lotes sin opciones, Morante de la Puebla nos insufló aliento a través de los ecos que llegaban de Córdoba. Tarde soñada en la ciudad de los Califas. De pesadilla, pese a sus consistentes esfuerzos en el quinto, la de ayer en Madrid. En dicho toro, al que esperó sentado en el estribo, muy torero. Le pegó un buen puñado de verónicas marca de la casa. Templadas, profundas, meciendo el capote. Alguna al ralentí. Lástima que entre medias se enhebrara algún lance más deslucido, jaleado del mismo modo por la mayoría, por los bríos del burel. Lo mejor, las dos medias. A cámara lenta. Como si el tiempo fuera unas décimas más despacio que el resto de la eternidad. De fábula. Probó el quite por verónicas minutos después. Tres lances más de ensueño, pero se frenó el animal y dos inoportunas miradas abortaron la misión. Los murmullos ya eran algo más que murmullos. Se barruntaba, se atisbaba, un desenlace halagüeño. Lo corroboró un buen comienzo por la diestra. Con regusto a otra época. Le increparon la colocación al sevillano y, tras encararse con el aficionado, le pegó una tanda de derechazos colosal. De abrumadora rotundidad. Cuatro y el remate. Todo parecía desbocarse hacia el triunfo, pero con la misma rapidez que apareció, se esfumó. Quiero y no puedo del torero que, esta vez sí, porfió y buscó las vueltas a un rival deshecho cual azucarillo. Aún nos regaló un puñado de ayudados por bajo, rodilla flexionada, de cante grande. Sainete final con los aceros.

Con una sentida ovación de gala recibió Las Ventas a Juan José Padilla. Esa noche interminable en Zaragoza, pendientes de un quirófano entre el goteo de noticias, ha marcado a la afición entera. Madrid, tan exigente como comprensiva, no fue excepción en su primer paseíllo desde entonces. «Viajero», remiendo de Victoriano del Río, fue su primero. El castaño tuvo clase, bondad, fijeza y humillación, pero también muy poca fuerza. Alegría en el saludo capotero con cuatro buenas verónicas, dos delantales y el remate de una media excelente. Galleó por chicuelinas con el quórum del público. Muy jaleado. Luego, en la muleta, el jerezano planteó una faena de largo metraje en la que se pudo gustar, sobre todo, en el toreo en redondo, a media altura, mientras duró el animal. Mucha calidad en las embestidas que se toparon siempre con su alarmante flojedad de remos en cuanto el diestro bajaba la mano. Según se fue apagando, acortó distancias y su quehacer se difuminó.

Tampoco tuvo excesiva viveza la faena al salpicado cuarto. Toro entipado y enseñando las puntas. Se dejó hacer en varas y en banderillas, que colocó esta vez su cuadrilla. La misma tónica en la muleta, movilidad sin entrega de una acometida noblota que era pura inercia. Condenado prácticamente desde el comienzo al fracaso. Se libró de milagro en los compases finales al ser volteado de fea manera. Hizo por él en el suelo y le abrió la taleguilla, sin aparentes consecuencias, a la altura de la corva derecha. Acelerado con la espada.

Con anterioridad, su primero de Valdefresno no le dejó estirarse en los de recibo. Echó siempre las manos por delante y pegó un par de saltos que incomodaron al sevillano. Otro molesto gañafón en el remate de la primera serie terminó de convencerle para tirar por la calle de en medio sin darse ninguna coba. Se había defendido el animal en esa fugaz toma de contacto y no quiso tener más paciencia el sevillano. Macheteo y a por la espada entre las protestas del público.

Sebastián Castella tuvo que cargar con un tercero protestadísimo. Blandeó reiteradamente el burel y la protesta fue en aumento. La realidad es que no se desplomó en la muleta, pero el trasteo, que comenzó con muletazos con cierto sabor, nunca despegó. El de Beziers insistió una y otra vez e incluso acortó las distancias en busca de la justificación. No había para más en el astado charro, que huyó como alma que lleva al diablo ya con el acero puesto. Vibrante, con hasta tres cambiados por la espalda, fue el comienzo de faena al sexto. Otro Victoriano del Río. Pero éste se aburrió pronto y, después de varios amagos, acabó rajado y con el galo a la carrera en su busca. Sólo una buena serie al natural, limpia y con suavidad.

Y a todo esto, a la muerte del quinto, Rafael de Paula, sí, el mismo, saludando sombrero en mano en el corazón del «7». Sí, el mismo. Anodino. El que escribe no entiende nada...