Francia
Una izquierda a su medida
Hay que reconocerle a Pedro Sánchez, líder a palos del PSOE, que le ha tocado vivir la que quizá sea la peor crisis de la socialdemocracia europea, hasta obligada a cambiar de nominación, tránsfuga de si misma como en Francia, fustigada por el populismo de radicales a su izquierda y derecha, observadora de nacionalismos emergentes de bolsillo, el eurocansancio, el fin de una guerra fría en la que retreparse y algo absorta ante los fenómenos de la globalización social, tecnológica y económica. No han muerto las ideologías y emergido el Estado de obras, remedo del autoritarismo, que predicaba el ministro franquista Fernández de la Mora, pero renunciando de obligado a la metodología marxista–leninista ha quedado sin mimbres para hacer el cesto del siglo XXI, que es la paulatina reducción de abisales desigualdades en las poblaciones. Deshuesada, la socialdemocracia no era más que la correcta aplicación del capitalismo y resultaba moralmente cómodo seguir figuras como el anciano Sandro Pertini que presidía Italia desde su modesta casa de toda la vida al calor de la cocina de su mujer, Bruno Kreisky, el austriaco que guió a una generación socialista, Olof Palme asesinado por una conjura policial cuando salía de un cine con su esposa y sin escolta, Willy Brandt, Bettino Craxi hasta su fuga tunecina por corrupto o incluso Mitterand, funcionario del régimen de Vichy y luego maestro de la nacionalización de la Banca francesa. Con sus luces y sombras tenían un poderoso público. El voto español en nuestra democracia contemporánea no da respingos ni hace jeribeques ante la socialdemocracia, al revés: la gobernanza más prolongada (14 años) fue la de Felipe González con mayorías absolutas insólitas, remendada por Zapatero en dos legislaturas, aupado por los bárbaros atentados de Atocha y descabalgado por ignorar o negar que estábamos debajo de una burbuja financiera internacional aquí groseramente llamada «del ladrillo». Eso de que en España ha muerto el bipartidismo de tan larga tradición es una filfa de videntes. Puede que sí o puede que no. El nacimiento, de consolidación incierta, de Ciudadanos y Podemos, por los flancos, no establece la destrucción del esquema derecha–izquierda, ni la radicalización de nacionalismos conservadores hasta el vómito.
El voto español ha demostrado ser ecléctico, nada dogmático, variable hasta la jornada electoral, poco receptivo a las arengas en Cortes, la democracia directa y telemática y las manifestaciones de banderolas. La biografía política de Pedro Sánchez denota que salta sobre los baches y se reviste de trajes a medida según sopla el viento como el oportunista que puede que sea o tan desorientado como el socialismo que predica. Tras la caída del Muro de Berlín y el socialismo real Fidel Castro pidió ayuda a su amigo Lula da Silva para organizar el Foro de Sao Paulo del que salió a superficie el nuevo socialismo del siglo XXI que ha dado envidiables frutos como el bolivarísmo venezolano, que, sorprendentemente, ha encontrado clientes en el Mediterráneo. Al menos intentaron resguardar la santa reliquia de un harapo de comunismo. Asalto de mata Sánchez se presentó como alternativa provisional a Susana Díaz ( a la espera que bajara el suflé de los ERE) con una bandera de España detrás de techo a suelo y pared a pared como el general Patton al comienzo de su biografía fílmica. Luego sus guiños al nacionalismo extremo y la territorialidad federal (soslayando el bochorno de la I República) han sido una constante. Como el jefe socialista oye crecer la hierba se vistió de federal, pirueta que no entienden sus votantes aunque le jaleen sus correligionarios. Nacionalísmo y socialismo son el aceite y el agua. No dimitió su Secretariado sino que le sustituyeron por una gestora en un aquelarre con urnas tras el telón que abochornó a los militantes. Entregó su escaño tras no acordar ni con Ciudadanos ni con Podemos y perder dos elecciones generales a la baja para peregrinar por las Casas del Pueblo aunque se fue de vacaciones y nadie le sopló el polvo de los caminos. Volvió a recubrirse con el manto de su menguante militancia inventándose la democracia de base y no entendiendo que el poder socialista se asienta en sus ocasionales simpatizantes, que son muchos y no en los que pagan la cuota. Dividió su partido y de cada fracaso electoral o negociador hacía un éxito, con ese gesto duro de masticarse las mandíbulas. Asegura ser la izquierda de este país pero solo ha demostrado ser un voluntarista de la cancha, un peleón de la cesta, como atestiguan sus compañeros de baloncesto en el Ramiro de Maeztu. Le cuadra la cita de Gramsci: «Crisis es cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer». O la de Ortega: «Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa; y eso es lo que nos pasa».
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