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Silver Kane, rey del quiosco

Sobre ruedas. González Ledesma, en una imagen de 2009, cuando presentó «No hay que morir dos veces»
Sobre ruedas. González Ledesma, en una imagen de 2009, cuando presentó «No hay que morir dos veces»larazon

Sólo por haber sido el guionista de los tebeos policiacos de «El Inspector Dan de la patrulla volante» (1947), un tebeo gótico y oscuro que triunfó durante la posguerra, Francisco González Ledesma merece el respeto y la admiración de los niños de los años 50, aquellos que comenzaron a leer sus aventuras en las páginas de «Pulgarcito», escritos cuando el autor apenas tenía quince años. Un año después, cuando Silver Kane, seudónimo del autor, estudiaba Derecho, escribió junto a Víctor Mora los guiones del «Doctor Niebla», cuyos primeros capítulos aparecieron en «Pulgarcito», en 1948 y en «Súper Pulgarcito» en 1949, como un remedo de «La sombra», de Walter B. Gibson. Cuenta González Ledesma que años después de ganar el Premio Internacional de Novela, instituido por José Janés, con «Sombras viejas» (1948), vetada su publicación por la censura franquista, comenzó a escribir novelas populares en esa fábrica que era Bruguera. Fue el mismo Francisco Bruguera quien le dijo: «Joven, tendrá usted que buscarse un seudónimo, porque llamándose Francisco González Ledesma nadie va a creer que ha visto usted las calles del hampa de Nueva York ni ha tenido la jeta de llegar hasta el Oeste».

Así es como apareció el pseudónimo de Silver Kane y su metodología de trabajo, como la de otros muchos «escritores por metros», como Marcial Lafuente Estefanía, el más famoso de todos dentro de la novela popular del Oeste. La norma era escribir un folio cada quince minutos. La extensión no superaba las 128 páginas y no se le dedicaban más de cuatro o cinco días por novela.

González Ledesma, que llegó a ser director del Departamento de Novelas Populares, cuenta en su breve ensayo «El martirio fue una fiesta» que por estas novelitas escritas a vuela pluma, con argumentos sencillos, tiroteos a porrillo y en las que el héroe tenía que salir triunfante y las chicas malas, o se arrepentían o morían como chivos expiatorios, se cobraban en los años 50 entre 1.500 y 2.000 pesetas. En los años 60, entre 6.000 y 8.000, y ya en los años 70, en plena efervescencia de la novela popular, llegaron a pagarse 20.000.

Él comenzó a trabajar en Bruguera a finales de los años 40, ayudado por su tío Rafael González. Fue todo un aprendizaje de vida. Comenzó escribiendo guiones de tebeos con su tío, se especializó posteriormente en novelitas del Oeste como Silver Kane, llegando a escribir más de mil originales, y en sus ratos de ocio escribía también con el seudónimo de Rosa Alcázar novelas rosa de «amor y vaselina». A partir de 1957, sus novelas románticas de «bolsilibro» comenzaron a abrirse camino entre las autoras femeninas más reconocidas como Marisa Villardefrancos y la reina de las novelas de amor, Corín Tellado. Como Rosa Alcázar escribió en «Pimpinela», «Madreperla» y «Rosaura» medio centenar de títulos tan explícitos como «Las almas también lloran» y «Un beso por compasión».

De las llamadas «novelas de duro» se publicaron durante las tres décadas que duraron más de cuarenta mil títulos. Silver Kane fue uno de los autores más prolíficos, no sólo como autor del Oeste y del corazón, sino también como escritor de excelentes novelas policiacas, de suspense y acción, desde finales de los años 60 a comienzos de los 70 como «Ataúd-B4». Con ella va el recuerdo de las maravillosas portadas dibujadas por Bosch Penalva.