Inmigración

«La gente que me hace esto, ¿no tiene familia?»

Una semana después de ser deportada a Singapur tras 27 años casada con un británico, Irene Clennell narra a LA RAZÓN su pesadilla: «El Gobierno me dice que puedo vivir mi matrimonio por Skype».

Irene Clenell durante una entrevista el martes, en Singapur, después de haber sido deportada de Reino Unido el domingo
Irene Clenell durante una entrevista el martes, en Singapur, después de haber sido deportada de Reino Unido el domingolarazon

Una semana después de ser deportada a Singapur tras 27 años casada con un británico, Irene Clennell narra a LA RAZÓN su pesadilla: «El Gobierno me dice que puedo vivir mi matrimonio por Skype».

«Esto es una pesadilla. Nunca he hecho mal a nadie. Todo lo que quiero es estar con mi familia, no pido nada más». La voz desgarradora de Irene Clennell suena al otro lado del teléfono desde Singapur. A pesar de llevar casada 27 años con un británico y haber tenido dos hijos nacidos en Reino Unido, Irene, de 53 años, ha sido deportada a su país de origen al no cumplir supuestamente los requisitos para conseguir la residencia permanente. Su historia, además de conmover al país, ha puesto de relieve hasta qué punto llegan las políticas migratorias del Gobierno de Theresa May.

«Las autoridades me dicen que puedo vivir mi matrimonio a través del teléfono o Skype. Mi marido tiene cáncer en la boca y apenas puede hablar. Y yo aquí sin poder cuidarle. Me dicen que mis hijos ya se han independizado. Pero, eso no significa que haya dejado de ser su madre. Quiero verles. Quiero estar con mi nieta. ¿Es que la gente que me está haciendo esto no tiene familia?», cuenta a LA RAZÓN. Cuando Irene fue deportada el pasado domingo 26 de febrero tan sólo llevaba encima 12 libras. Ni siquiera le dieron la oportunidad de coger algo de ropa del centro de detención para inmigrantes donde le habían llevado un mes antes. Allí, según relata, hasta los propios guardas le decían que no entendían por qué le habían metido. Pero aquella mañana, sin previo aviso, la subieron en un avión. Estaba tan en estado de shock que no pudo despedirse de su esposo John cuando se lo pusieron por teléfono. Al día siguiente, la Prensa informaba de que el Ejecutivo había dado la nacionalidad británica al terrorista Mohanned Jasim. «¿Le dan a un terrorista el pasaporte y a mí me apartan de mi familia? ¿Qué tipo de sociedad estamos creando?», cuenta. Irene llegó a tener el permiso de residencia. Pero pasó largas temporadas en Singapur para cuidar de sus padres y se le retiró. Y ahora, para obtener un visado matrimonial, su marido debería demostrar ingresos superiores a 18.600 libras (21.800 euros) al año, una cantidad que no tiene al encontrarse de baja por su enfermedad. En los últimos años ha pasado por varias operaciones y antes de que Irene fuera deportada, el matrimonio sólo vivía con 400 libras al mes por los subsidios que él recibía.

«Siempre he pagado mis impuestos y nunca he pedido ayudas estatales. No queremos dinero. Él apenas puede comer y yo tampoco como mucho. Lo único que quiero es volver a mi casa con mi esposo. Me necesita», explica. Cuando este periódico se puso en contacto con el Ministerio del Interior, un portavoz explicó que no hacían declaraciones sobre casos particulares y se limitó a decir: «Todas las solicitudes de permiso para permanecer en Reino Unido se consideran en sus méritos individuales y de acuerdo con las normas de inmigración. Aquellos que no tienen derecho legal a permanecer en el país deben irse».

Lo cierto es que los problemas de Irene con su visado vienen de lejos. La primera vez que llegó a Reino Unido fue en 1988. «Vine de vacaciones, pero una amiga me preguntó si me interesaba quedarme. Me hicieron un contrato en el restaurante para poder tener mi visa de trabajo y desde el primer momento pagué mis impuestos». Conoció a John, se quedó embarazada y en 1990 la pareja decidió casarse. Su segundo hijo nació dos años más tarde». Por cuestiones de trabajo mi esposo tenía que viajar mucho. A veces estaba tres o cinco semanas seguidas fuera de casa. Y yo sola cuidando de dos niños pequeños sin ayuda era muy duro. Estaba deprimida y cuando hablaba con mi madre me decía que por qué no nos mudábamos a Singapur», relata.

A finales de 1992, Irene, junto con su marido y sus hijos, hicieron finalmente las maletas. Estuvieron viviendo en Singapur seis años. «Sí, efectivamente rompí las reglas que decían que no podía estar más de dos años consecutivos fuera de Reino Unido si quería conservar el permiso de residencia. Pero cuando estás deprimida y tienes problemas, no piensas en ese tipo de cosas. No hicimos nada mal. Como familia hicimos nuestra vida fuera y luego decidimos regresar como tantas otras. Siempre pensé que podía solicitar luego otro permiso», explica. En 1998, John y los niños volvieron a Inglaterra. Pero la madre de Irene enfermó de cáncer y ella decidió quedarse a cuidarla. Cuando murió al año siguiente, Irene se reunió con su familia. Pero al solicitar de nuevo el permiso de residencia, se lo denegaron. No tenían dinero para realizar otra aplicación, así que se fue a Singapur para vender la casa que tenía y poder costear los trámites. Entre 2003 y 2004, cuando estaba de nuevo en Reino Unido, solicitó cuatro permisos. Todos denegados y el último sin derecho a apelación, por lo que tuvo que abandonar el país.

«Dos agentes de inmigración fueron y todo hasta mi casa, pero mi suegra, que se quedó cuidando de mis hijos, les dijo que ya me había marchado. Nadie puede saber lo doloroso que es para una madre alejarse de sus hijos sin saber por cuánto tiempo», cuenta. En 2007, Irene viajó de nuevo hasta Londres, pero al aterrizar, las autoridades la metieron en el primer vuelo de regreso a Singapur. Sin poder ver a su familia, se quedó allí al cuidado de su padre, que murió un año más tarde. Volvió a solicitar un permiso, pero le prohibieron la entrada en Reino Unido por cinco años, por lo que decidió irse a India a trabajar con su hermana. «Necesitaba dinero para volver a pedir los papeles. Cada trámite cuesta más de 1.000 libras, una cantidad que a mí me costaba mucho esfuerzo alcanzar. Lo único que piensas cada día es reunirte con los tuyos», señala. Tras ocho años sin ver a su marido y sus hijos, cogió otro vuelo a Reino Unido. «Cuando llegué a Londres le expliqué toda mi historia al agente de inmigración que estaba en el aeropuerto. No podía parar de llorar. Estaba muy nerviosa y con miedo de que me metieran en otro avión. Le decía ‘‘por favor, por favor, déjeme ver a mi familia. No he hecho nada malo, solo quiero volver a casa’’». Finalmente le dejaron entrar al país y le dieron seis meses para regular su situación. Al pedir su historial, recibió una carta del ministerio del Interior donde aparecía que su solicitud de 2008 había sido aprobada. Pero más tarde le dijeron que había sido un error. «Hasta que se arreglaran las cosas tenía que ir a firmar cada dos semanas, para demostrar que estaba viviendo en mi casa con mi marido. Pero en enero, en una de las citas rutinarias, me arrestaron y me llevaron hasta el centro de inmigración», explica. Su familia está convencida de que la deportación se llevó a cabo en domingo para que no pudieran pedir ayuda. «Cuando llegué a Singapur, me dijeron que allí habría alguien que se encargaría de mí, pero eso nunca ocurrió. Durante todo este tiempo, mi familia vive con tremenda angustia sin merecerlo», asegura. Irene duerme ahora en el salón del pequeño apartamento de su hermana. Su cuñada ha creado una página de crowdfunding(www.gofundme.com/bringirenehome) para recaudar dinero con los que pagar la apelación. En tres semanas han recaudado casi 55.000 libras. Desde la deportación, tienen un plazo de 28 días para apelar el caso, de otra manera, Irene tendrá prohibida la entrada a Reino Unido para los próximos diez años. «De los británicos no he recibido nada más que simpatía y bondad. Lamentablemente, mi situación no es excepcional. Un abogado de inmigración me ha dicho que se encuentra con casos similares cada semana. Ante todo quiero hacer un llamamiento a todos aquellos que han hecho del «inmigrante» un término de abuso. Querer construir una vida y una familia, y estar con las personas y el sitio al que amas no es ningún crimen», concluye.