Atletismo

El antihéroe

La Razón
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Tengo días de salidas lentas, como Usain Bolt en los malditos tacos. De ahí que escriba hoy sobre su vilipendiada némesis, Justin Gatlin. Imposible borrar del disco duro la imagen de todo un estadio dispuesto a prender la hoguera. Querían freírlo y, previamente ahorcado, emasculado y eviscerado, airear su cabeza en el puente de Londres. Algo así. Tampoco faltaban los comentaristas ávidos de cuchillos. Sollozantes plañideras que en el fragor de la silbatina reclamaban la desposesión de Gatlin mientras aplaudían la atronadora furia del respetable. Somos, oh, tan castos, tan píos y honestos. Ahí estaba Sebatian Coe, que lamentaba la entrega de la medalla. Entre tanto el columnista Michael Powell, del «New York Times», recuerda que el hoy presidente de la Federación Internacional de Atletismo «reconoció en 2015 que Nike le pagaba 150.000 dólares anuales para ejercer de «embajador» de la empresa». Todo esto al tiempo que la fiscalía francesa investiga si alguien «sobornó a los principales funcionarios del atletismo internacional para que el campeonato mundial de 2021 se celebre en Eugene, Oregon». Conviene recordar que la sede de Nike está en Oregón y que la compañía nació, ay, en Eugene. Powell también subraya otro detalle largamente olvidado: aunque todos repiten que Gatlin ha dado dos veces positivo, la primera fue por consumo de anfetamina. Una de las sustancias presentes en el Adderall, el fármaco para paliar el déficit de atención que el atleta consume por prescripción médica desde los 7 años. Cómo sería la cosa que en la propia sentencia del tribunal de apelaciones, que rebajó su suspensión de dos años a uno, leemos que «el señor Gatlin no mintió ni lo pretendía». Menos que el citado Po-well ha escrito para recordar lo que casi nadie menciona. Hay más, y es mío. Sin ánimo de excusar el positivo de Gatlin de 2006, por el que cumplió 4 años en el limbo, le permitieron competir, como a tantos, y desde entonces ha superado decenas de análisis. Nunca más reventó las probetas ni musculó los hematocritos. Fue capaz de volver transformado en el villano del cuento, y de sobreponerse tanto a la flojera de un cuerpo destensado, fofo, torpe, como a la bárbara hostilidad de un público cainita. Ganar la final de los 100, con Bolt a su vera, y marcar un tiempo de 9.92 a una edad en la que ya debería de ejercer como entrenador y/o tertuliano, muestra a un tipo de voluntad inflexible. Alguien dueño de un amor propio y una cabezonería tan recalcitrantes que, lejos de borrar las manchas del pasado, las redimen con una enérgica combinación de sangre, sudor y lágrimas. Hubo quien en la victoria de Gatlin contempló el acabose del atletismo, el triunfo del lado oscuro, la perpetuación de unos tiempos inexcusables. Diría que fue al contrario. Después de expiar su error, un hombre, enemistado con el público y los dioses, escapó de la sima para reclamar lo que un día fue suyo. Sólo de imaginar el nivel de obstinación necesario para entrenar en esas condiciones ya me parece un regreso digno de Scott Fitzgerald. Qué grande.