Historia

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La bufanda roja

La Razón
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Los Reyes me trajeron una bufanda roja. Una bufanda ancha y larga, de lana gorda tejida en forma de ochos y de tacto cálido y agradable. Me he enterado de que Sus Majestades tuvieron que revolver las tiendas de Madrid de punta a cabo hasta que dieron con lo que interpretaron que yo quería. Se ve que no es lo que se lleva, y eso me conduce a pensar que el rojo no está de moda en España, ni siquiera en las bufandas. Desde que tengo en mi poder la mullida prenda no salgo de casa sin ella arrollada al cuello, como si formara ya parte de mi piel. (En internet he visto veinticinco formas de ponerse una bufanda, casi tantas como los tipos de «bufandas» negras de las que algunos funcionarios están dando cuenta ahora en el Juzgado). En estos días fríos y griposos es una buena protección. Así evito, espero, tener que recurrir dentro de unos días a San Blas, encargado, en última instancia, de los males de garganta. Acaricio mi bufanda roja y pienso en las ovejas de mi infancia en Sarnago. Me sumerjo en el vaho de la majada y me pregunto: ¿De qué oveja procederá esta lana? ¿Será de andosca o de primala? ¿Acaso de un morueco o carnero adalid? ¿Quién habrá sido el esquilador? ¿Dónde estará el lavadero de lana? ¿Cómo habrán teñido los vellones, hasta encontrar este rojo purísimo? ¿Dónde la habrán tejido? ¿En qué lejano extrarradio ciudadano estará el telar? ¿Acaso en Cataluña? Quién me dice que no será, con la deslocalización, en un país asiático con mano de obra barata. En fin, ¿cómo es posible que en las Tierras Altas la lana no sea ya rentable y de las sierras de la Mesta, donde llegaron a pastar un millón de ovejas, hayan de-saparecido los rebaños por arte del diablo, de Bruselas y de los sucesivos Gobiernos, dejando los campos vacíos y los pueblos muertos? Y, llegado a este punto, me viene a la cabeza la serena imagen de la abuela en la cocina, con su saya hasta los pies, su toquilla y su pañuelo en la cabeza, hilando a la luz del candil el copo de lana con el huso y la rueca junto a la lumbre, con la gata en la chapa ronroneando a sus pies.