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García Márquez ante Bolivar

La Razón
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La crítica de lo que se conoce como «nueva novela hispano-americana» ha sentenciado que Gabriel García Márquez ocupa un lugar referente en la historia literaria. Ello ha sido refrendado con la concesión del Nobel de Literatura en 1982. García Márquez es, en efecto, un genial inventor del lenguaje, de expresiones, de gran eficacia representativa, en el que se mezclan fragmentos de la realidad, sueños irreales, viejas leyendas, realidades de nuevo invento y diferentes orígenes. La novela se convierte, pues, en experiencia constituida con personajes, hechos y ambientes, de modo que la acción se formaliza sobre un capital inventado, en parte, con realidades concretas insertas en un tiempo circular mítico. La obra más conocida, «Cien años de soledad», le permite narrar una duración a través del incesto en la escenografía de Macondo, en una intemporalidad, que se proyecta en el destino mediante una arquitectura circular que sostiene la narración.

Me refiero a una novela, «El general en su laberinto» (1992), que se ocupa de los últimos días de Simón Bolívar, cuando enfermo de muerte, vencido en su comunicación con la sociedad, en torno al gran tema de la unión, se encuentra casi totalmente abandonado, sumido en el pesimismo más total respecto al futuro de la América Española después de haber conseguido la independencia. En tales condiciones decide abandonar el Nuevo Mundo y marcharse a Europa.

Es ésta una de las mejores novelas de García Márquez, que ha originado fuertes polémicas por la forma que el novelista trató a Bolívar. En efecto, éste es tratado sin la retórica acostumbrada, reduciéndolo a su estatura humana, fuera de la gloria, disminuido por su situación de enfermo terminal, abrumado por la deslealtad, la envidia, la violencia, la traición y el desastre. En ese tamiz, la figura del héroe crece de página en página: es un contrapunto literario trágico del héroe vencido por la mezquindad de sus enemigos que ve sus ideales triturados por la ambición y el nacionalismo desbordado. Bolívar es el eje de una tragedia social y política en relación con la sociedad: una profundización de la conciencia histórica, proyecto político de futuro.

Como se dijo, la novela se publicó en 1992 sobre un escrito de Álvaro Mutis; éste tenía idea de escribir el viaje final de Bolívar por el río Magdalena hacia el exilio. García Márquez retomó el tema de la salida de Bolívar por el río por donde penetró el conquistador Jiménez de Quesada. Bolívar defendió siempre la unidad e integridad continental y abominaba del nacionalismo, fuente originaria de deslealtades, corrupciones y rupturas de la convivencia. La larga y polémica bibliográfica bolivariana oscila entre la «gloria», expresada en el título de «Libertador», y el «mito» como «Padre de la Patria», a quien no han sabido responder las «libertades». Aun podría atribuírsele el título de «héroe» del cambio político, y creador de un orden nuevo, construido sobre la identidad de convivencia, no de la división nacionalista, e incluso localista de la realidad social y de los intereses particulares.

El gran hombre –el héroe– debe traducir su verdad a un lenguaje más asequible, preciso, incluso más pobre. Es un modo de aproximarse a los orígenes perfectos de la conciencia colectiva del criollismo hispanoamericano y uno de sus más significativos representantes fue Bolívar: una identidad propia que sólo puede conseguirse por la vía de la libertad política. Porque el principal problema que se planteó Bolívar fue el de los orígenes, es decir, el de la identidad. Si no es así, ¿para qué? Evidentemente, la frustración le lleva al fracaso. Aplíquese el instante en que emite la tremenda frase de desengaño: «He estado arando en el mar y sembrando en la arena».

Aquí radica la íntima tragedia de Bolívar: llegar a comprender la intención verdadera que guía los actos del ser humano inmerso en una experiencia en la que no sólo la circunstancia pesa sobre ella, sino también un pasado histórico, del cual no es posible prescindir. En esta espléndida novela de García Márquez se cumple, como en ninguna otra de las suyas, la tensión laberíntica. Además, ésta novela es modélica en la técnica de la simultaneidad cinematográfica, que se maneja aquí, con calificativo de excelencia.