José María Marco

Realismo en Siria

Hace tiempo, pareció que la violencia de Bashar-al-Asad contra los rebeldes, en la guerra civil de Siria, iba a desautorizar el régimen del dictador y llevarle a una posición insostenible ante una comunidad internacional indignada ante lo que está ocurriendo allí. Era un análisis demasiado optimista, como se está viendo. Asad ha retomado la iniciativa, y la ofensiva le ha llevado a la recuperación de la ciudad de Qusair, una posición estratégica en manos de los rebeldes desde 2011. Como informaba ayer la corresponsal de LA RAZÓN en el Líbano, quien controla la ciudad de Qusair controla el centro del país. Asad puede preparar ahora el asalto a la ciudad de Alepo y, aunque la batalla está lejos de ser definitiva, cada vez aparece más verosímil la posibilidad de una victoria de Asad.

No se trata de preconizar de forma irresponsable un mayor compromiso en el conflicto de los países occidentales, en particular de Estados Unidos y de los aliados de la OTAN. Cualquier intervención en Siria, incluso la imposición de una zona de exclusión aérea, es una pesadilla logística. Tampoco el ejército rebelde merecen confianza, compuesto como está, en parte, de combatientes de Al Nusra, una banda afiliada a Al Qaeda.

Ahora bien, en un cálculo presidido por el puro realismo, cabría considerar, en primer lugar, que el dictador sirio sí que está recibiendo ayuda internacional por parte de Irán y de Rusia. La abstención de las democracias occidentales parece garantizada sin que existan contrapartidas por otras potencias que sí están interviniendo activamente en el conflicto. Por si fuera poco, algunos medios occidentales empiezan a imaginar el panorama que se empieza a dibujar con la victoria de Asad: una dictadura implacable en una zona estratégica, la facilidad de conexión entre Irán y Hizbulá en el Líbano, la probable desestabilización de este país (y la vuelta de Irak a un escenario de guerra civil), el desbordamiento de refugiados hacia Turquía y Jordania, la amenaza a Israel y la nueva relación de fuerzas que esta victoria crearía en lo que a veces es una guerra fría, y otras una guerra abierta, entre chiitas y sunníes. Después de las intervenciones en Irak y en Afganistán, en las políticas de las democracias se ha impuesto el «realismo». Si el realismo produce resultados como los es posible prever, habrá que empezar a preguntarse para qué sirve tanta prudencia. Se puede también hacer realismo en sentido contrario. Para eso hay que asumir un cierto liderazgo en la resolución de conflictos que nos afectan a todos.