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Tras los avisos, el rejonazo

El Sevilla pierde con el Villarreal (1-2) y evidencia los defectos que apuntaba en las jornadas anteriores: falta de frescura y de puntería

Sevilla - Villarreal
Los jugadores del Villarreal celebran el gol del camerunés Toko Ekambi ante el Sevilla, durante el partido de la decimoséptima jornada de LaLiga SantanderJULIO MUÑOZEFE

El fútbol no es traidor porque el fútbol avisa. Al menos, al Sevilla de Julen Lopetegui, que debía haber quedado advertido en sus tres comparecencias anteriores –pese a saldarlas con siete puntos– que algo no funcionaba. En concreto, los pulmones de algunos jugadores claves que parecen soportar mal el sobreesfuerzo al que los somete su entrenador y el remate, esa suerte tan importante. Llegó el Villarreal a Nervión y ganó sin jugar peor que su anfitrión, pero los de amarillo corrieron como endemoniados y tuvieron más puntería.

Acertaron los castellonenses con la red de Vaclik en su primer intento, con un córner que prolongó Mario Gaspar y remachó Albiol ante lo que un clásico definitía como «pasividad de la zaga» local. Todos mirando a Munir saltar en vano, especialmente un Carriço que recuperó el puesto que le había quitado Koundé y que salió en las dos fotos de los goles visitantes. La desventaja espoleó al Sevilla y a su grada, un jugador número doce consciente de que sus muchachos necesitaban ánimos. Y jugó un magnífico primer tiempo, sí, excepto que De Jong no olió ninguno de los seis mil centros al área que la tiraron. La persistencia de Lopetegui con el holandés ha pasado de cabezonería a broma pesada y va camino de convertirse en objeto de estudio paranormal.

Por los mismos derroteros iba la segunda mitad, hasta que el holandés dejó su situo a Chicharito, que se lanzó como un kamikaze a por el primer centro de Navas y que en la jugada siguiente, cuando Reguilón incurrió por su costado, ya tenía a los dos centrales pendientes de él, lo que facilitó el remate de Munir a la cruceta. Con media hora por delante y el Villarreal ciertamente agobiado, todo el mundo pensó que la remontada se sustanciaría.

Las pasó canutas el equipo de Calleja durante los diez siguientes minutos, con el balón rondando el área de Asenjo y habiéndose afilado notablemente el colmillo de los delanteros locales. Reguilón rozó el gol y Banega dispuso de una falta sobre la cal que era pintiparada, pero que dilapidó lastimosamente en clara muestra de que su depósito de gasolina estaba vacío.

Una pérdida del argentino permitió una de las escasas acciones de ataque del Villarreal en la segunda parte. Carriço tardó un mundo en tirar la línea, Trigueros incurrió sin oposición y cuando Vaclik salió a achicar, cedió, clarividente, para que Toko Ekambi rematase a placer. Ese segundo iba contramano con el sentido del juego, sí, pero los equipos con atacantes talentosos no necesitan merecer los triunfos: marcan en cualquier jugada y los agarran sin permiso. Si el sevillismo estaba eufórico, ya puede ir calmándose.