Andalucía

España: estado fallido

“Nadie se planteó aquí el traslado de enfermos a otras comunidades. «Es más complicado eso que abrir un nuevo hospital»”.

Estampas de una pandemia: del papel higiénico, a los aplausos a las ocho
Vista general del hospital de campaña provisional que se instaló en Ifema, durante el estado de alarmaMariscalAgencia EFE
La viñeta de TC
La viñeta de TCLa RazónTC

El 1 de abril de este año 36 enfermos graves de Covid-19 fueron trasladados desde diez hospitales de París a otros centros médicos de otras regiones francesas con menos incidencia del virus. Incluso algunos fueron evacuados a Bélgica y Alemania. Su transporte se hizo nada menos que en trenes de alta velocidad medicalizados, el famoso TGV, orgullo de la industria ferroviaria gala y en general de nuestros vecinos del norte. Aquí hasta en el País Vasco se quejan de que la alta velocidad llegue ahí arriba. La sanidad francesa está centralizada, claro, por eso a nadie le extraña que en una situación de emergencia nacional hagan uso de toda ella. En Madrid tuvieron que levantar un hospital nuevo. Nadie se planteó aquí el traslado de enfermos a otras comunidades. «Es más complicado eso que abrir un nuevo hospital», me decía hace poco el doctor Suárez mientras dejaba escapar un resoplido como el que mira hacia arriba desde la base del Everest. El Gobierno central en esos días asumió un mando único con trampa. Centralizó algunas cosas, como el hermano mayor que acapara el mando de la tele. La compra de material médico, por ejemplo. Y en vez de acudir a las grandes farmacéuticas, de las que cabe suponer que tienen un conocimiento profundo del mercado y de los diferentes proveedores, tiró de la tradición española aquella de «yo tengo un amigo que esto te lo soluciona en un santiamén. Y a mucho mejor precio, hazme caso». Hijos de ex ministros, amigos del pueblo. Ante el desastre tuvo que echar marcha atrás, naturalmente. Cuando llegó el fin del estado de alarma el veredicto del Gobierno central estaba claro: la sanidad está descentralizada, no es nuestra culpa. Andalucía, Extremadura o Canarias tenían que luchar por su cuenta contra un virus que hace temblar los recursos de países tan solventes como Francia o Reino Unido. Llegado el verano Moncloa decidió dar por vencido al Covid-19 e irse de vacaciones. Para qué molestarse en trabajar y preparar la vuelta a clase de los colegios si la educación está también transferida. Y entre medias miríadas de ruedas de prensa de los diferentes ministros, los diferentes consejeros, las diferentes oposiciones, los infinitos expertos. Si en tiempos de pandemia no das una rueda de prensa no eres nadie. Resulta que hasta el vestíbulo de la zona de salidas de Barajas es un vacío legal, dicen unos y otros para no ocuparse. Cualquier día aquello se llena de camellos, prostitutas, peleas de gallos, timbas de póquer y combates de boxeo sin guantes. Y como si de un bar «speakeasy» de la Prohibición fuera, abarrotado de todo tipo de crápulas que han quedado huérfanos de sus recreos nocturnos. Extrañar entre sí a los ciudadanos de un país no es algo complicado con los medios de hoy. EE UU está en ese proceso. Pero para ello no solo sirven unas autonomías con ansias de país, unos ciudadanos hastiados o una crisis; lo que funciona de verdad es demolerlo desde dentro. El Rey, el poder judicial. Y este lunes, a falta de desfile, espectáculo de ministros tuiteando sobre genocidio y sobre que no hay nada que celebrar, ya verán. Como si el tomate por sí solo no fuera digno de una celebración mundial. Hay que reivindicar a los indios que descuartizaban vivos a sus vecinos. Menos mal que por lo menos lo adornan todo con James Rhodes tocando el piano. En esta carrera somalí hacia el estado fallido me pregunto a qué España decidirá querer tanto cuando haya dos, cinco o veintiséis de ellas.