"Menú del día"

Que huelas el otoño

“La última vez que había pisado la calle el aire caliente aplastaba, el día de salida era ligero y fresco”

Caída de hojas en otoño
Caída de hojas en otoñoF. PastelloLa Razón

Ya sabes que yo no estuve mucho comparado con lo que puedes llevar tú. Bueno no lo sabes, por eso te lo cuento. Me ha salido así el comienzo, qué quieres. Fueron exactamente quince días y catorce noches pero la incertidumbre y el dolor los multiplicaron. Además andaba como un poseso en busca de explicación a lo que me había pasado, algo que duró mucho. Afortunadamente lo único que queda ya son las secuelas físicas, soportables. El no saber cuál iba a ser el resultado o cuándo me iban a decir algo concreto y no amplios rangos de probabilidades fue duro. Afortunadamente siempre tuve a mi familia pero también se me hacían muy duras las visitas, mira lo que te digo. A ti, que ni puedes recibirlas o son a cuentagotas. Venían muchos amigos y su llegada me alegraba y me distraía, claro. Pero el momento en el que se iban y yo tenía que resignarme impotente a ver cómo se cerraba tras ellos la puerta de mi habitación era terrorífico. Sentía un abandono inconsolable. Pienso que la muerte debe de ser algo parecido pero a lo bestia y al revés, el que te vas eres tú mismo. Antes hablaba de incertidumbre, imagina esa. Era una envidia incomprensible para alguien sano. Explícale tú que tan solo envidiaba eso, salir por la puerta. Dar paseos por los pasillos me pareció una mala idea el primer y único día que lo hice. Había demasiada gente rota como yo, o peor, que renqueaba agarrada al brazo de familiares arrugados de preocupación y miradas perdidas. Por eso lo pasé tan mal tiempo después cuando era yo el que visitaba a F. en otro hospital. Y lo suyo sí que fue largo y grave. Un año de entradas y salidas, meses allí dentro, y hasta hoy mismo todavía no le he oído quejarse. En esos días me convencí de que iba a escribir un libro que tendría como argumento todo esto. Llegué a ponerle un título, «Una sábana de más», una referencia velada a una sábana extra, colocada en horizontal sobre mi cama, que a día de hoy sigo sin saber para qué servía. Pero ahí se quedó mi gran novela introspectiva. El puñado de páginas sigue guardado en el ordenador en la carpeta de «escritos» que más bien debiera llamarse «nunca escritos». Pero al final salí, más incrédulo que sano. Me quedaba por delante una larga, lenta y dolorosísima recuperación. Pero estaba fuera. Y la sensación de ese día, a las mismas puertas del hospital, es el recuerdo más vívido que tengo. Por encima del dolor o la desesperación del principio. Era verano cuando ingresé pero al salir la estación había cambiado y al respirar pude oler el otoño. La última vez que había pisado la calle el aire caliente aplastaba, el día de salida era ligero y fresco. Olía a bosque, a río y a musgo húmedo. A hojas caídas en montones modelados por el viento, a mandarinas. Si me apuras hasta a Navidad. Por eso a ti, estés en el Militar, en Torrecárdenas, en Punta Europa o en el Infanta Sofía, salgas durante lo que queda de invierno, en primavera o en verano, te deseo que huelas el otoño pronto. Estarás oliendo el futuro.