El poeta y periodista gaditano defiende «Los amores sucios»

Téllez: «Es improbable que seamos felices si no hay justicia»

El periodista y escritor rompe diez años de silencio poético y reivindica que «los ciudadanos tienen que tener compromiso social, escriban poemas o arreglen grifos»

Juan José Téllez (Algeciras, 1958) recuerda que en una época de su vida se dedicaba a escribir poemas por la calle, con tarifas establecidas: «Poesía sin rima a 20 pesetas, con rima 30 y de amor dos duros más», recita de memoria. En esa tarea le acompañaban con música «algunos amigos absolutamente impresentables», dice entre risas, mientras disfruta de la publicación de «Los amores sucios» (Verso&Cuento) y de su primera salida tras haber enfermado de Covid-19.

Ha dejado pasar diez años sin publicar poemas.

La poesía es el género literario donde uno puede sentirse más libre porque decide los plazos de entrega, es una ecuación con uno mismo. Escribir poesía empieza por saber tirar poemas a la papelera y ser capaz de prescindir de tus hijos literarios con suficiente generosidad y distancia.

¿Y cuándo llega el momento de dejarlos ir?

Cuando aparece ya un libro y vas a tener que pasar unos años sin poder corregirlos hasta que salga otra edición. Ya no les puedes añadir nada más hasta dentro de una temporada y tienes que verte reflejado en esas páginas. Nunca acabas de corregir. La poesía, además, es muy perfeccionista, te exige un compromiso estético y sentimental.

¿Exige también la literatura un compromiso social?

Creo que los ciudadanos tienen que tener ese compromiso, escriban poemas o arreglen grifos. La obligación de un demócrata es participar aportando su grano de utopía, a menudo distinta y antípoda, es una forma de amar a los otros. Es bastante improbable que podamos llegar a ser felices si no hay justicia. La belleza y la justicia son el anverso y el reverso de una misma moneda, por lo tanto, trabajar por la belleza es trabajar por la justicia y por la utopía. Los ciudadanos tenemos que ser amateurs de la democracia y dar la vida por ella, si hace falta, por nuestras libertades y por nuestros horizontes.

Ahora la política parece un campo de minas. ¿Quién ha ido sembrando la discordia antes: la sociedad o los políticos?

Creo recordar que hubo campos de minas antes reales, hubo una época en que la política conducía al paredón o a la cárcel. Ahora no siempre, me quedo con ese consuelo. Aunque haya una controversia importante no tenemos una pistola en el cajón para sacarla al menor disgusto, al menos todavía. Ahora mismo hay ideas muy violentas en escena, pero después de la disolución de ETA y de grupos armados presentes en la vida española creo que hemos desactivado bastante minas. Quedan otras ideológicas que probablemente nos estallen más temprano que tarde, pero espero que lo hagan de una manera dialéctica y no a mano armada.

¿Cuándo habla de «Los amores sucios» de qué habla?

Hablo de varios aspectos: uno, que el amor ensucia, es una experiencia de vida y, bendito sea, nos resta inocencia. Somos inocentes en el primer beso y no volvemos a serlo nunca, es un camino sin retorno. El amor es una experiencia que te deja marcas de cansancio, canas en el alma y arrugas en las entendederas. Nadie sale ileso y eso te deja mancha en tu expediente y en tu forma de vivir. Hay que aprender a convivir con esa memoria y reconstruirse a uno mismo cuando aparece el desamor. Es importante que el amor te manche, que no pase por tu vida de una manera ligera. Después hay otra cuestión, que tiene que ver con el inventario de lugares propicios al amor que escribiera Ángel González: tenemos un canon romántico que nos lleva a asociarlo con lugares paradisíacos.

Y luego está la realidad de todos los días...

El amor pasa en los ascensores, en la consulta del médico, en tu trabajo, en el colegio o en un polígono industrial. Es algo que forma parte de la vida cotidiana, como respirar, no es pulcro.

¿Cuando nos «ensucian», nos dañan, es cuando más cuenta nos damos de su existencia?

Como todo, la ausencia nos hace reflexionar sobre lo perdido. Cuando estamos en presencia del amor o tenemos una relación fluida con la persona a la que amamos, nos limitamos a saborear la experiencia sin ponernos demasiado escépticos. Como decía un cante antiguo, el amor necesita su «mijita» de exageración. Cuando aparece el desamor nos quedamos, como diría el maestro Serrat, chupando la calabaza de la derrota. O como decía Carlos Cano: el amor, qué raro es el amor, el amor nunca termina bien.

¿El amor es ahora más plural y más sucio o solo se cuenta más?

Una idea más precisa del amor lo dan las telenovelas mejor que las películas del «mainstream». Ocurría en los clásicos, yo veo más amor en «Fortunata y Jacinta» entre las frutas del mercado de abastos que en el amor «prêt-à-porter» que se nos ofrece ahora. Parece que fuéramos capaces de diseñar el amor, cuando no tiene hoja de ruta. Y a veces se nos vende como un producto en serie.

Y el amor en los tiempos de la covid, ¿cómo es?

Pues afortunadamente existen las reces sociales y suponen una puerta de escape para la soledad de mucha gente. Durante la pandemia, el lenguaje telemático ha avanzado lo que tendría que haber avanzado en cinco años y eso incluye el amor telemático. El amor sobrevive a cualquier tipo de pandemia y espero que las historias que se estén viviendo ahora nos dejen al menos otro Boccaccio y otro García Márquez.

¿Qué echa más de menos los abrazos o los bares por la noche?

Es que una cosa lleva a la otra. ¿Qué es un bar sin abrazos y un abrazo sin un bar? Yo lo he escrito en alguna ocasión: soy exiliado de la noche porque quiero regresar a la noche, que es mi patria, y quiero luchar por ella. Y la forma de luchar es quedarme en casa y añorarla.

¿Vamos a vivir una borrachera con exaltación de la amistad cuando esto acabe?

Conociendo al ser humano, la fiesta que se prepare, si llega, va a ser gorda. Vamos a necesitar recuperar todos los afectos perdidos durante este tiempo, pero mucho me temo que no va a haber un final definido para la pandemia. Tendremos que aprender a convivir con él. Este es un virus contra la esencia del ser humano, que es el amor y no el odio, aunque a veces no nos demos cuenta.

¿Qué no puede faltar en su mundo literario?

Soy incapaz de escribir sobre algo que me esté ocurriendo de manera inmediata, necesito poner distancia sobre las emociones. Mi mundo es reconocible, mi hábitat es una actitud ante la vida que se llama Cádiz, el Estrecho de Gibraltar, Andalucía... no puedo prescindir del paisaje para explicarme porque formo parte de ese paisaje. No es una literatura fría ni contenida, pero tampoco épica, no creo en los himnos. Lo importante es llegar al corazón de las personas y no a la testosterona. La lírica es capaz de mover montañas y los himnos solo mueven multitudes.