El bloc
Tres vecinos
No es posible detenerse en elucubraciones geopolíticas cuando uno se cruza a diario con quienes dejaron en Ucrania padres y a hijos
Olha, Mariya y Vassili viven en mi calle. Son tres de los casi dos mil ucranianos católicos, la mayoría procedente del óblast de Leópolis (Lviv en su lengua vernácula), que conforman la congregación dirigida por Dmytro Savchuk, «padre Dimitri» para el barrio, en la iglesia de San Demetrio de Tesalónica, un templo ubicado en la casa espiritual de las Hermanas Reparadoras primorosamente restaurado por los devotos cuando se trasladaron allí procedentes de la parroquia de Santa Cruz. Olha, Mariya, Vassili y el resto de compatriotas afincados en Sevilla, en toda Andalucía, están en un ay desde hace meses y padecen, desde el jueves por la mañana, la agonía de esa guerra que Vladimir Putin les ha metido por las puertas sin que la comunidad internacional, y en particular la Unión Europea, haya sabido/podido/querido mover un dedo, o un soldado, por evitar. Pero no es posible detenerse en elucubraciones geopolíticas cuando uno se cruza a diario con quienes dejaron en el país a padres ancianos y a hijos en edad de ser movilizados y a los que, francamente, les importa un ardite el cierre de un gaseoducto, la balanza comercial Rusia-OCDE o el peso de la diplomacia china en el conflicto. ¿Cómo se puede estar pendiente de semejantes minucias cuando es una posibilidad real que un misil despanzurre a tu primo mientras hace la compra? Uno no puede siquiera imaginar el calibre de la angustia que atenaza a estos tres vecinos que, sin embargo, cumplen con su cotidiana labor en los puestos de trabajo que les permiten enviar unos billetes a casa cada mes. No los abrazo por un estúpido sentido del pudor y noto que mis torpes palabras de consuelo resbalan sobre su miedo. Tenían pensado pasar las vacaciones de verano en casa, lo que quiera que esa palabra signifique dentro de unos meses.
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