Guerra
Olga, refugiada ucraniana en Mojácar: “En España se me ha abierto el mundo”
“Mucha gente dejaba sus cosas y se llevaba solamente lo más importante y el pasaporte para cruzar”, asegura
Olga Andretsuliak es una madre ucraniana que llegó el pasado viernes a Mojácar (Almería) junto a su hijo Denis gracias a María Moreno, una restauradora de este municipio que organizó un convoy de cinco vehículos para trasladar a refugiados desde la frontera polaca, y asegura que en España se le “ha abierto el mundo”. En un pequeño parque de este municipio del litoral almeriense, EFE pudo entrevistar a Olga mientras Denis jugaba con Eva y Kiril, los hijos de Svitlana, otra ucraniana trasladada por María.
La mujer explica que en Ucrania trabajaba en un orfanato para unos 130 “niños” de 4 a 40 años con diferentes discapacidades. ”Todo iba bien pero comenzó la guerra y había sirenas cada día. Por la noche tenías que dejar a tus hijos y llevarlos a un refugio. Pasaba las noches en mi trabajo y a estos niños no los podíamos ni mover, para mover a algunos hacen falta cuatro mujeres, y vivías con temor por si esa sería la noche en la que te iba a pasar algo”, dice.
Hace unos años, Olga pudo trabajar con una familia en Madrid, la misma que al iniciarse el conflicto la llamó y le dijo: “Te tienes que venir”. “Yo pensaba que en dos o tres días se iba a acabar pero no se ha acabado. Cada día se pone peor y ves cómo destrozan tu ciudad, todo lo que tú querías”, lamenta. Recuerda cómo sus dos hijos se despertaban por la noche y el “temor” que siempre tenía Denis. Así, un día, cuando salió de trabajar, cogió sus cosas y decidió dirigirse a la frontera.
”Es muy difícil pasar las fronteras. Todas las fronteras están muy llenas. Son madres con niños, niños muy pequeños. Hay autobuses que no son autobuses de largos viajes (…) donde están los niños de pie. Están llenos uno sobre otros”, relata. Al cruzar la frontera, el padre de los niños se acercó a Cracovia y llevó al mayor de los hijos a Estonia para que no fuese “tan difícil” para ella su trayecto; pero antes de eso tuvo que soportar colas de horas, andar 17 kilómetros con todo. “Mucha gente dejaba sus cosas y se llevaba solamente lo más importante y el pasaporte para cruzar”, rememora.
Una vez en el refugio de Cracovia (Polonia), los voluntarios indicaban a los ucranianos que tenían que elegir a dónde ir: “A Alemania, Holanda, Francia o España porque cada noche vienen los trenes con los niños y madres”. ”Polonia ya no recibe a la gente para vivir, sino para dirigirlas a otras ciudades”, explica, a la vez que rememora cómo encontró en un grupo de WhatsApp a Natalia, la ucraniana que trabaja en ‘Cabo Norte’, el restaurante de María en Mojácar.
Su contacto le llegó también a través de una prima que vive en Vera (Almería) y, gracias a esto, pudieron contactar con esta expedición almeriense. ”Tú estás en el suelo en un rinconcito, esperas ir adonde sea para escapar”, subraya al explicar que quiere que su hijo se quede con la familia para la que trabajó en Madrid y acudir junto a los voluntarios que acuden a la frontera para actuar de traductora.
”Aún hay muchas madres, muchos niños, y tiene un estrés que no se puede imaginar (…) Quiero pedir a toda España que pida a su Gobierno y a otros países que miren al cielo para que termine este guerra”, ruega Olga, quien también quiere que su “país sea un país de Europa”. ”Soy una niña de la URSS. Sabía qué había que hacer (…) Y al venir aquí a trabajar es como que se abrió el mundo (…) Puedes trabajar, ser libre, hacer lo que quieres, y ser una persona”, remarca mientras lamenta que los ucranianos quieren “salir adelante pero este país, Rusia, no nos deja”.
Sobre María, dice que hay que “ponerle un monumento” por su “coraje y corazón tan grande”, y la propia María apunta a EFE que este viaje ha sido “muy intenso, muy fuerte, pero muy gratificante”. Finalmente, fueron cinco vehículos, entre vecinos de Mojácar, pero también de Águilas y Lorca (Murcia), los que han conseguido traer a España a 25 personas: “Básicamente son madres con niños. Hemos traído dos señoras mayores. Un señor mayor, que era el suegro del que venía conmigo en el mismo tramo conduciendo. Pero el resto son todos de la edad de Olga”.
Recuerda cómo Denis lloraba por las pesadillas que tenía mientras dormía en el coche, pero también a una adolescente con la “mirada perdida” durante todo el trayecto. Porque “los mayores son capaces de entender. Los niños son niños. Pero un adolescente que de repente rompe su vida…”. ”Ellos ya no van a volver a su vida. Eso ya se ha roto. Se han dejado familia, se han dejado amigos. Sus casas y su vida. Ahora la incertidumbre de qué va a pasar. Están a expensas de nosotros (...) Por muy bueno que sea, han dejado su vida”, recalca. Aunque María no quería bajar a la frontera en sí, finalmente tuvo que hacerlo para recoger a Olga: “Nos llamó en el último momento llorando desesperada (...) Teníamos que ir seleccionando gente según las plazas que teníamos y en el último momento se nos cayeron cuatro plazas. Era muy complicado”, recuerda.
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