Entrevista

Alaitz Leceaga: "Las vierjas historias nunca mueren"

La autora construye en «La última princesa» un thriller en el que el miedo tiene memoria y los cuentos de hadas esconden lobos con trajes de príncipe

La escritora Alaitz Leceaga
La escritora Alaitz LeceagaEP

Entre los ecos de una central nuclear abandonada y el murmullo antiguo del bosque, Alaitz Leceaga construye en “La última princesa” un thriller en el que el miedo tiene memoria, los vínculos familiares sangran y los cuentos de hadas esconden lobos con traje de príncipe azul. En esta entrevista, la escritora habla de monstruos reales y simbólicos, de la central de Lemóniz como paisaje del alma, de cómo el mal puede heredarse como una maldición y de por qué, frente a la fugacidad de los likes y los reels, ella sigue creyendo en el poder de la tradición oral.

Decías que “el hombre es un lobo para el hombre”. En tu novela, los lobos aúllan desde el bosque, pero los verdaderos depredadores se visten de príncipe azul.

Esa cita la he tenido muy presente mientras escribía la novela. Creo que esta es una novela de monstruos: monstruos reales, de dos piernas, y también simbólicos. Me interesaba hablar de esos lugares que creemos seguros como la familia o el hogar, pero que también pueden esconder su lado oscuro.

Nora Cortázar identifica al asesino porque lo ha tenido en casa. ¿Se hereda el mal?

Desde luego, es algo que le preocupa mucho a ella y a sus hermanos. Les obsesiona pensar que el mal se transmite como una maldición familiar. Aunque no hayan hecho nada, sienten que arrastran los pecados de sus padres.

Tu protagonista es arqueóloga y tu historia, un mapa de heridas. ¿Crees que el pasado es la única inteligencia real frente a la inteligencia artificial?

(Ríe) Me gusta más llamarla inteligencia generativa. Pero te diré una cosa: si alguien no se molesta en escribir un libro, yo no me voy a molestar en leerlo. Y sí, el pasado tiene un papel crucial en esta historia; el de Nora, el del pueblo, el de toda la zona. Irving y ella comparten esa necesidad de excavar, de encontrar huellas. Lo que decidimos hacer con nuestra vida tiene mucho que ver con ese pasado.

En el centro de la novela está Lemóniz, una central nuclear que nunca llegó a funcionar, pero que acumula rabia, muerte y memoria.

Es un lugar con un paisaje muy potente: bosque antiguo, mar, una central abandonada, una plataforma petrolífera en alta mar… Pedía una historia intensa, de alto voltaje.

Has conseguido introducir a la banda terrorista sin caer en lo panfletario ni en lo evasivo.

No hubiera sido honesto no mencionarlo. No sería creíble para los lectores. La distancia, quizás por la edad o por haber vivido alejada de ETA, te permite escribir desde otro lugar. Pero si ambientas una historia en 1992 en Euskadi y no mencionas ETA, no estás siendo fiel a la realidad.

En esta novela hay un padre asesino, un hermano torturado, un cura con secreto, un amor imposible... La familia como escenario del trauma.

La familia puede ser un lugar de paz absoluta o de dolor total. Y como novelista, me atrae explorar esa cara oscura. Me parecía muy potente ese espacio que debería ser seguro pero no lo es.

Frente a un mundo de scrolls, likes y reels, tú sigues apostando por la tradición oral y los cuentos. ¿Es una forma de resistencia?

Creo que las historias siempre han formado parte de las personas y seguirán con nosotros. El libro como formato ha sobrevivido a casi todo. Las viejas historias nunca mueren.

Tus novelas están llenas de leyendas. ¿Por qué crees que en pleno siglo XXI seguimos necesitando mitos para entender la violencia y el miedo?

Porque los mitos nunca se han ido. Forman parte de nuestros primeros aprendizajes: los cuentos de hadas, los príncipes azules, los lobos… Las leyendas nos enseñan a tener cuidado con el bosque, con la noche, con los monstruos. El folclore, los cuentos, son parte de nosotros, de ese pasado del que hablábamos y al que seguimos unidos.

Y ya por último, una pregunta que sobrevuela la novela es ¿Puede perdonarse todo?

Creo que en la novela hay varios personajes que buscan el perdón y otros que ni siquiera lo contemplan. Nunca me he visto en una situación tan espantosa como para saberlo de verdad. Pero te diría que depende del pecado… y del pecador.