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James Casebere: la sombra emocional de la razón
Título: Emotional Architecture. Lugar: Galería Helga de Alvear, Madrid. Fecha: Hasta el 10 de febrero de 2018.
Los discursos del racionalismo están en crisis, levantan sospechas por doquier, son recibidos como el paradigma de una situación sistémica fraudulenta y agotada. No bastó con Auschwitz y con la transformación de la razón moderna en una industria de la muerte para abortar definitivamente el absolutismo racional; antes bien, ha tenido que estallar en añicos el proyecto económico que sustentaba el entusiasmo contemporáneo para que, desde diferentes perspectivas, su contrapunto emocional comience a ser repensado de nuevo como una alternativa posible a la indigencia social en la que nos encontramos.
En este contexto de “desvíos emocionales”, de erosiones del orden monolítico, el fotógrafo James Casebere (Lansing, Michigan, 1953) plantea, en Emotional Architecture, una reflexión sobre diversas obras del arquitecto Luis Barragán y el artista Mathias Goeritz, quienes reaccionaron contra el funcionalismo moderno mediante diseños y composiciones que incluían la imprevisibilidad del color y de la luz. De hecho, cuando se contempla la colección de fotografías expuestas en la galería Helga de Alvear, existe la tentación de tildar cada una de estas imágenes como una suerte de clinamen. Del latín clinare (desviar, inclinar), “clinamen” es el nombre que dio Lucrecio a la impredecible desviación que sufren los átomos en la física de Epicuro. La manera en que Casebere traduce visualmente esta falta de determinación de la realidad es mediante la transformación del espacio en lugar, del diseño en una situación en la que el pequeño accidente, la “inclinación” –en sentido no solo conceptual, sino literal, por medio de inscripciones irregulares, orgánicas u oblicuas que alteran el rígido esquema rectilíneo-, “ablandan” la materia y la convierten en una superficie psíquica y completamente subjetiva.
En lugar de caer en el trampa del discurso maniqueo que contrapone agonísticamente lo racional y lo emocional, sin contemplar un mínimo margen para la interacción entre ellos, Casebere se acoge a esta acepción más sutil y fructífera del “desvío emocional”. Ninguna matriz racionalista es perniciosa a priori –o dicho de otra manera: ninguna alternativa emocional resultará efectiva y positiva desde el punto de vista social si excluye enteramente los dispositivos racionales. Las emociones –en contra de lo defendido por la filosofía tradicional- no carecen de dimensión cognitiva, no constituyen la cara oscura y alienante de la razón. Las emociones desfiguran pero no turban, ablandan pero no diluyen. Y la manera en que Casebere evidencia este hecho es convirtiendo, en cada imagen, lo emocional en la sombra de la trama racional. Lo que el autor norteamericano ha comprendido perfectamente es que la perversión del discurso racionalista estriba en el modo en que se proyecta: una expansión rígida, inalterable, fría sobre el espacio social solo puede conducir a un empobrecimiento experiencial y a una violencia sistémica sin medida. En cambio, cuando lo racional es vivido socialmente como un juego de reflejos imprevisibles, como un sutil desvío de la cadena causal, la razón se transforma en una sombra acogedora y humanizada, de límites flexibles y comprehensivos, que agregan y mezclan en vez de excluir. No hay proyecto social fructífero y justo sin estos clinamina en los que la luz racional pierde sus contornos rígidos y restrictivos y se proyecta como un reflejo irregular e imprevisible, gozosamente indeterminado. Como demuestra Casebere, no existe mayor calidez que la del accidente,
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