Asia

Asia

Ni idealismo, ni realismo: Trumpismo

Una ilustración del presidente electo estadounidense Donald Trump en la portada de un periódico junto a la bandera taiwanesa en Taipei.
Una ilustración del presidente electo estadounidense Donald Trump en la portada de un periódico junto a la bandera taiwanesa en Taipei.larazon

He viajado a Taiwán en una ocasión. Fue en noviembre de 2014 con un grupo de periodistas internacionales en un viaje gubernamental. En esas fechas permanecía latente la “revolución de los girasoles” protagonizada por el movimiento estudiantil que exigía poner fin al acercamiento del presidente Ma Ying-jeou con la China continental.

"Estamos corriendo como hormigas en un horno". Con este proverbio chino, Ana, -el nombre occidental con el que se presentaba una funcionaria del Ministerio de Exteriores que nos acompañó durante nuestra estancia- me trató de ilustrar el dilema al que se enfrentaba el Gobierno del nacionalista Koumintang (KMT) tras la firma del controvertido acuerdo comercial con la República Popular china. "El resto de países de nuestro entorno están firmando pactos con China, no podemos quedarnos atrás; pero los estudiantes temen que Taiwán sea absorbida por Pekín", añadió. La “revolución de los girasoles” se levantó contra el dominio económico de China sobre Taiwán y por que éste pudiera conducir a un dominio político. El punto más controvertido del acuerdo permitía a China invertir en 64 sectores de servicios entre los que se incluían áreas tan sensibles como medios de comunicación, empresas de publicidad y telecomunicaciones. Los estudiantes recelaban de la capacidad de China de influir en la opinión pública taiwanesa contra ansias de independencia. Que tomasen el cuarto poder.

Me quedé con ganas de reunirme con algún representante del movimiento universitario. Este tipo de viajes tiene una agenda muy institucional y a penas te permiten salirte del itinerario marcado. Sí recuerdo que en un momento de ocio pude pasear por la ciudad. En el trasiego de la principal área comercial, me topé con un mitin político pues dos semanas más tarde se iban a celebrar unas cruciales elecciones municipales y regionales. Me costó darme cuenta de la naturaleza del acto debido a las luces de colores y la música de Shakira que se oía de fondo. Observé con curiosidad lo que ocurría. Confieso que pese al inmenso aburrimiento que me producen los mítines electores, éste me gustó por tratarse de un acto democrático en una región donde el sufragio universal directo brilla por su ausencia.

La “revolución de los girasoles” (18 abril 2014) fue anterior a la más conocida de la “revolución de los paraguas” en Hong Kong (22 de septiembre), pero las dos reflejaron la ansiedad de estas sociedades ante el creciente el expansionismo político de la República Popular de China. Fueron movimientos espontáneos pero voluntariosos que buscaban preservar las cuotas de libertad adquiridas tras transitar cada una por su particular historia. Las dos revoluciones mostraron cómo el principio de unasola China, dos sistemas estaba seriamente tocado. Desde 1979, las relaciones sinoamericanas se rigen por este principio con el que EE UU reconoce la integridad territorial china pero también la excepcionalidad democrática de Taiwán y Hong Kong. Con el aplastamiento del movimiento pro democracia en Hong Kong, China negaba la segunda parte de la fórmula que había garantizado la paz social en ambos territorios. Pekín hizo prevalecer su intento de asimilación política sobre el respeto a los dos sistemas. Dos años después en Taiwán, la “revolución de los girasoles” allanó el camino para la victoria de la primera presidenta, Tsai Ing-wen, férrea defensora de la independencia.

La conversación entre el presidente electo norteamericano Donald Trump y la presidenta taiwanesa no fue una llamada en caliente, tampoco un acto debidamente meditado. Fue un primer paso dirigido a cuestionar el status quo entre EE UU y China. Fiel a su estilo, Trump hace una declaración sin medir las consecuencias. Pero las críticas a la forma y al modo en el que se han producido los hechos no debería de perder de vista el diagnóstico sobre realidad del terreno. Desde las revoluciones de 2014, el principio de una sola China, dos sistemas ha dejado de reflejar el pulso político en los dos territorios.

Trump con su llamada confirma lo que ya sabíamos, sus escasas habilidades para la diplomacia. La presión para preservar la naturaleza democrática de Taiwán sería más efectiva si no hubiera hecho estallar una crisis con China antes de llegar a la Casa Blanca y haber puesto al presidente Xi a la defensiva. El nuevo Departamento de Estado dirigido por el petrolero Rex Tillerson tendrá que ver cómo enfría la crisis para que no escale. Habrá que ver si también se ha perdido una oportunidad para modificar la política hacia Taiwán; con un aumento, por ejemplo, de la representación diplomática norteamericana en la isla, sin abrir un conflicto de consecuencias impredecibles con China.

Asimismo, Trump empieza a dar las primeras pistas sobre por dónde va a ir su política exterior. Parece claro que no va a responder ni a la corriente idealista que marcó la presidencia de Ronald Reagan ni al realismo de Richard Nixon que normalizó las relaciones con el “enemigo” chino. Estamos, por tanto, a las puertas de una nueva y vertiginosa política internacional basada en la impredictibilidad, por una parte, y el distanciamiento de la diplomacia clásica americana, por otro. Las líneas maestras de la diplomacia norteamericana de las últimas cuatro décadas van a dejar de ser válidas. Trump se dispone a aplicar una doctrina propia, el Trumpismo, con la que va a superar muchos pactos y consensos del Siglo XX basados en la corrección política para acelerar la historia hacia una incertidumbre radical propia del Siglo XXI.