Asamblea de Madrid

La doble cara del populismo

La doble cara del populismo
La doble cara del populismolarazon

Los antiguos romanos rendían culto al dios Jano, la divinidad de los comienzos y los finales. Se le representaba de perfil, con dos caras que miran simultáneamente a ambos lados. Este dios se invocaba el uno de enero con ocasión del comienzo del año y, por eso, nuestro primer mes del calendario se llama enero (del latín ianuarios).

Ahora, dentro del populismo emergente en nuestro país, se ha recuperado el culto a Jano, el de la doble faz. De esta manera, los partidos populistas que han florecido, con Podemos a la cabeza, se han aprovechado de la larga crisis económica que hemos padecido y del desencanto de los ciudadanos por los casos de corrupción de los partidos tradicionales. En esta coyuntura, han ofrecido soluciones mágicas; esas que pueden sonar bien a determinadas personas, pero que sólo sirven para empeorar la situación. Además, los populistas, han mostrado la primera cara de Jano y se han presentado como los adalides de la pureza, la honradez y la defensa de lo público; perseguidores implacables de la especulación y de las actitudes poco éticas. Para los populistas, cualquier noticia periodística o sospecha contra un político, aunque no esté contrastada o probada en manera alguna, se convierte en una verdad absoluta y esa persona es descalificada y arrojada a la hoguera sin compasión.

Vamos ahora a su otra cara. Los romanos consideraban que Jano era también el inventor del dinero y, por ese motivo, las monedas de la época republicana muestran la imagen de este dios en su anverso. También esta otra cara de esta divinidad es adorada por los populistas. Desde la reciente aparición de estas fuerzas políticas, muchos de sus dirigentes han demostrado su veneración por las monedas, aunque hoy en día los euros no contengan la efigie de Jano.

El becario que cobraba sin pisar el lugar de trabajo, el profesor que no entregaba ni a su universidad ni a Hacienda la parte de sus emolumentos que les correspondían, el defensor de la gente que no cotizaba a la seguridad social, el cruzado de la vivienda pública que obtenía buenos beneficios con rápidas plusvalías, la contratación de parientes para puestos destacados allí donde gobiernan o la vinculación económica con países extranjeros poco edificantes, son algún ejemplo de esa afición por el dinero de los espíritus puros que quieran dar lecciones de honradez a toda la sociedad. Quizás esta segunda de cara de Jano deberíamos denominarla “rostro” porque hay que tener mucho para ser los máximos defensores de la pureza y no tener reparos ante las actuaciones descritas.

Cuando estos hechos son conocidos por la sociedad, los populistas no se aplican la misma medicina que ellos prescriben para los políticos de otros partidos: la defenestración, la destrucción de la presunción de inocencia y la quema pública de cualquier persona ante la mínima sospecha. Cuando el populista es descubierto, el afectado y todos sus compañeros echan la culpa a una conspiración contra la gente o una supuesta campaña mediática contra su partido.

Cuenta la historia clásica que, en los periodos turbulentos, los romanos abrían las puertas del templo de Jano para gozar de la protección del dios y que las cerraban cuando reinaba la paz. Desde siempre las puertas de este templo han estado entreabiertas en nuestro país, porque el populismo ligero siempre se ha encontrado presente en nuestra vida pública, pero desde hace algunos años, y como consecuencia del daño sufrido por la sociedad en la mayor crisis que han conocido las actuales generaciones de madrileños, las puertas se han abierto de par en par y los adoradores de Jano han participado en la vida pública de una manera destacada, exhibiendo sin pudor sus dos caras. Tras esta etapa, y encontrándonos en una situación económica más favorable, en la que se han adoptado medidas importantes y necesarias en favor de la regeneración democrática y la transparencia, sería deseable que las puertas del templo se volvieran a entornar para evitar que volvamos a caer en los graves errores del pasado en materia económica o, todavía peor, que perdiéramos la democracia consolidada de la que disfrutamos.