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Demócratas por conveniencia
Impunidad. Esta es la mejor referencia a la actitud con la que se ha desenvuelto el expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, desde que decidió huir de la justicia española que lo reclama por su desafío al Estado de Derecho. Esa sensación de estar por encima del bien y del mal le condujo a despreciar el funcionamiento ajustado a la legalidad de las democracias europeas y finalmente facilitó su detención.
Este tipo de personajes han aflorado en Cataluña en los últimos años con sorprendente promiscuidad. Son gente que se definen como demócratas pero que, en realidad, esconden una personalidad totalitaria. Buscan reeditar los privilegios de los señores feudales y copiar el caudillismo de regímenes que restringen las libertades. Puigdemont ha creado escuela y han salido imitadores.
El primero –y que retrata el perfil psicológico de quienes viven imbuidos del delirio independentista– es el presidente del Parlament catalán, Roger Torrent, quien aseguró ante la detención de Puigdemont que “ningún juez puede perseguir al presidente de todos los catalanes”. ¡Qué atrevimiento! Es precisamente un juez el que debe velar por el bien común, por el cumplimiento de la ley y por poner a buen recaudo a aquellos que, como Puigdemont, decidieron convertirse en prófugos.
Hay más imitadores: en Cataluña por desgracia muchos. Empezando por todos los que siguieron los pasos del ahora detenido y huyeron para no rendir cuentas ante los tribunales. Y siguiendo por los que se quedaron y contribuyen a radicalizar el proceso independentista y a trasladar la violencia a las calles. Una pena que una sociedad avanzada como la catalana se vea sometida a estos vaivenes.
Fuera de esta autonomía también hay actitudes personales y colectivas que abrigan a los independentistas. Todo lo que no sea censurar a los golpistas es un grave error. La democracia se basa en el respeto a las leyes y aquí se han violentado de forma extrema desde las instituciones que emanan de la propia Constitución.
La Comunidad Valenciana está siendo el banco de pruebas, con la colaboración del Gobierno autonómico, del independentismo catalán. Quieren constatar si sus tesis tienen o no apoyo más allá de las fronteras catalanas. ¿Quién se puede poner del lado de los que atacan la esencia de la convivencia, la libertad y la igualdad? Pues aquellos que son demócratas por conveniencia.
El presidente valenciano, Ximo Puig, sigue jugando a la ambigüedad cuando se refiere a esta cuestión y aquí no vale el doble lenguaje. Hay que ser valiente y decir dónde está cada uno, pero no utilizar las instituciones democráticas para beneficiar solo a los que piensan como tú y amparar comportamientos gravísimos para la estabilidad de un país como el que encabezó Puigdemont.
Cuando Puig afirma que en España “no hay presos políticos pero sí políticos presos” o dice que “alguien ha pretendido situar en la justicia aquello propio de la política” está demonizando la actuación de los jueces que, afortunadamente, mantienen su independencia del poder ejecutivo. Llamar conflicto político, como hace el líder de los socialistas valencianos, al intento de ruptura de la soberanía nacional supone banalizar el desafío de quienes lo impulsaron.
Y esto es lo que sucede en la Comunidad Valenciana. Un presidente socialista débil que es rehén de los imitadores más fieles de los independentistas catalanes: Compromís. Han sido muchos los cargos públicos de la formación que lidera Mónica Oltra (ella misma) los que se han pronunciado en contra de la detención de Puigdemont y también contra los jueces y fiscales cuando toman iniciativas que van en contra de sus políticas o actuaciones. Lo han hecho públicamente y a través de las redes sociales. No engañan a nadie.
Manipulan la realidad e incluso patrocinaron desde una de las patas de esta coalición –el Bloc– una manifestación frente a la sede de la Delegación del Gobierno en la Comunidad Valenciana para pedir la “libertad de los presos políticos”. Allí se quemaron fotos del Rey, y del juez Llarena. Banderas independentistas, gritos de “País Valencià, Països Catalans” o “Volem la independencia” fueron protagonistas de esta concentración.
Diputados autonómicos de Compromís, al menos tres; cargos locales y europeos de Podemos; así como el líder de Acció Cultural del País Valencià y miembros de Escola Valenciana –entidades regadas millonariamente por el Gobierno valenciano y que están intentando acometer un proceso de inmersión lingüística en las escuelas– tomaron parte de este apoyo a los golpistas y a los prófugos.
Por suerte, había más cargos públicos y satélites del independentismo catalán que ciudadanos anónimos que quisieran acercarse hasta allí, demostrando que los valencianos mayoritariamente están con la justicia, el orden, la separación de poderes y la democracia. No son demócratas por conveniencia como están plasmando Puig y sus socios de gobierno sino que lo son por convicción.
Muchas máscaras han caído al suelo y por fin han enseñado la cara a los valencianos sobre su proyecto político para España. Todo el mundo ha podido tomar nota y sabe que Puig, cada minuto que pasa y no rompe con Compromís, apoya a quienes no creen en nuestro sistema democrático.
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