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El silencio de la codicia
Isabel Bonig denuncia que “todo lo que era culpa del PP ya no lo es del nuevo inquilino de la Moncloa”
Enfrascados los españoles en la dureza de la crisis económica de hace unos años vivían rodeados de apreturas y, sobre todo, de gritos, críticas, escraches e intolerancia por parte de algunos actores políticos hacia quien gobernaba tomando decisiones difíciles en aquellos años que no era otro que el Partido Popular. Eran los impulsores de movimientos callejeros quienes emergían en el panorama nacional dando lecciones de moralidad, economía y justicia social.
Empezábamos a familiarizarnos con el populismo en España con siglas como Podemos que lo encarnan a la perfección y otras, como Compromís, añadían tintes de ruptura con el modelo territorial constitucional. Todo eran reivindicaciones amplificadas con el fin de provocar el colapso del sistema y la salida del PP del Gobierno de España y de muchos ejecutivos autonómicos. Consiguiendo en muchos casos su propósito vemos cómo su evolución al frente de instituciones ha definido la mezquindad de los dirigentes de estos partidos ayudados por la deriva del PSOE que ha abandonado el centro del tablero político.
Todo lo que era culpa del PP ya no lo es del nuevo inquilino de la Moncloa. Ninguno de estos partidos que se arrogaban en exclusiva la representación popular se atreve a toserle a Pedro Sánchez. Ese silencio ensordecedor con el que Radio Futura nos obsequiaba allá por el año 87 con una de sus canciones fetiche ha vuelto a “escucharse” con fuerza en España porque han desaparecido las reclamaciones –salvo las de los independentistas catalanes que las mantienen en barbecho–.
El presidente valenciano, Ximo Puig, y su vicepresidenta de conveniencia, Mónica Oltra, ha pasado a ser el líder del mutismo. Calla todo lo que antes denunciaba y Oltra ya no grita, es un remanso de paz. Hasta las terminales nacionales de Compromís, encarnadas por el diputado Joan Baldoví, han pasado del striptease en el Congreso ante Rajoy para reclamar que no se produjera ni un solo desahucio a no articular ni palabra cuando una vecina de Madrid decidió trágicamente esta semana poner fin a su vida cuando iba a ser objeto de uno de ellos.
Es una imagen, que dicen que vale más que mil palabras, pero hay muchos otros ejemplos que sin un desenlace tan funesto sí golpean a los ciudadanos en su vida cotidiana. El modelo de financiación que tanto lastra el progreso de los valencianos fue caballo de batalla de la pasada legislatura nacional con manifestaciones ante el Ministerio de Hacienda, movilizaciones en la calle, agitación de la clase empresarial y una prolija batería dialéctica en contra del Gobierno de España que era el ariete de esta estrategia.
En el objetivo de mejora estábamos todos, conscientes de que el modelo heredado de Zapatero es un desastre. Los valencianos estamos perdiendo oportunidades cada hora que dejamos pasar la llegada de nuevos fondos que posibiliten la correcta financiación de los servicios básicos pero Puig, ahora, actúa con calma y con sigilo. Sánchez es de los “suyos” y no se puede levantar la voz.
Pues no. Esa pretendida calma esconde cobardía y cálculos electoralistas pero evidencia que los ciudadanos son lo último para los gobiernos del cambio. Ya no les importan las inversiones ni que la Comunidad Valenciana quede sumida en el ostracismo y lo que denominaban el “problema valenciano” parece haber sido resuelto por arte de magia.
La presión fiscal en aumento, las mayores cargas para los autónomos, la falta de ayudas al transporte o a contenedores culturales de referencia han desaparecido de las agendas del gobierno valenciano. Y tampoco quieren chistar ante las ideas-ocurrencias de acabar el periodo de concesión de las autopistas pero a cambio de que los ciudadanos sigan sufragando su mantenimiento (además de vía impuestos) con el pago de peajes.
El gobierno valenciano personifica esa actitud silente. Es el silencio de la codicia, el que esconde esa tarea innoble de intentar perpetuarse en el poder a toda costa, sin importar convertirse en cómplice de políticas que perjudican a tus vecinos, en este caso a cinco millones valencianos. Es la codicia por ostentar el poder, sí, pero también por seguir aumentando la nómina de afines en las instituciones sin ningún tipo de mesura.
La contradicción es tan enorme entre lo que predicaban y lo que ejecutan que la sociedad está cerca de gritar de nuevo con sus papeletas en las urnas. Serán víctimas de sus propias mentiras porque no es de recibo que quien aseguraba tener las llaves del Reino para abrir todas las puertas que conducirían al bienestar general digan ahora sin rubor que las han perdido.
Hay que seguir analizando los problemas reales de los valencianos y ofrecer un paquete de medidas que conduzcan a resolverlos sin dilación como sucede en educación y sanidad. PSPV, Compromís y Podemos forman parte de la misma componenda y han abdicado de sus responsabilidades. Dan por finiquitada la legislatura y para no levantar sospechas de su aberrante gestión, su falta de estímulos y la sumisión ante Pedro Sánchez, guardan silencio. Nosotros, desde el PP, seguiremos levantando la voz ante las injusticias y dándosela a los valencianos que se han quedado huérfanos de representantes institucionales valientes.
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