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Casualidad, causalidad y sincronicidad
En 1973 el actor Anthony Hopkins estaba preparando el papel de la que sería su próxima película, La chica de Petrovca. Se trataba de la adaptación cinematográfica de una novela de George Feifer. Para meterse a fondo en la historia, Hopkins quiso leer el libro original antes de abordar su papel. Comenzó entonces una infructuosa búsqueda por las librerías de Londres en busca de un ejemplar que le llevó todo un día. Pero en todas ellas le dijeron lo mismo. El libro estaba descatalogado y no quedaban copias disponibles. Tras el fracaso, tomó el metro para regresar a casa. Allí observó como una persona salió apresuradamente del vagón al llegar a su parada, sin darse cuenta de que se dejaba olvidado en el asiento un objeto. Aquel objeto era un libro, y cuando el oscarizado actor inglés se acercó para cogerlo y leyó el título, comprobó con asombro que se trataba de de La chica de Petrovca. La anécdota sería ya de por sí bastante sorprendente si no fuera porque meses después, ya con la película estrenada, Hopkins tuvo la oportunidad de conocer en persona al autor de la novela y le contó la historia de cómo había conseguido hacerse con un ejemplar. Este quedó perplejo y le dijo que creía que aquella copia era de su propiedad. Hacía unos meses se lo había dejado prestado a un amigo y este lo había extraviado en el metro.
Este episodio es un ejemplo de algo que lleva ocupando y preocupando a los científicos desde hace tiempo. ¿Hasta qué punto esas casualidades que tantas veces nos asombran, por insólitas e improbables, lo son realmente o están provocadas por elementos o fuerzas más sutiles que se nos escapan? El psicólogo suizo y discípulo de Sigmund Freud, Carl G. Jung prefería hablar de sincronicidad antes de que de casualidad. Con este término se refería a “la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera no causal”. Según su teoría, existe una conexión entre el individuo y su entorno que ejerce algún tipo de influencia o poder sobre los acontecimientos, de manera que acaba provocando conexiones (lo que llamamos casualidad) que tienen un valor simbólico para la persona que los experimenta. Es cuando tras mucho tiempo sin acordarnos de un amigo, pensamos en él y ese mismo día recibimos una llamada suya.
Una de las personas que con más empeño trató de determinar si existen arquetipos causales detrás de la mera improbabilidad estadística de una gran casualidad fue Joseph Banks Rhine. Este científico, considerado padre de la psicología, investigó , a partir de los años 30 del siglo pasado, las fuentes y naturaleza de la percepción extrasensorial, es decir, la habilidad para adquirir información a través de fuentes distintas a los sentido tradicionales: gusto, vista, tacto, olfato y oído. En sus experimentos, Rhine se valió de las cartas Zener, un juego de 25 naipes divididos en grupos de cinco, cada de los cuales está representado por un símbolo. El investigador exponía boca abajo las cartas a los participantes para que estos trataran de adivinar qué símbolo ocultaban.
Investigaciones más recientes tratan de determinar si existe un valor emocional en la sincronicidad. Una de las teorías más llamativas en este campo es la posibilidad de que se entable algún tipo de diálogo entre los cerebros humanos a través de las neuronas espejo, descubiertas por el investigador de la Universidad de Parma (Italia) Giacomo Rizzolatti en 1996, y actualmente consideradas base de la empatía humana.
La sincronicidad también es terreno fecundo para la investigación de los componentes de éxito en los equipos de trabajo. Científicos del Instituto Max Planck de Berlín demostraron en 2010 que se establece una conexión cerebral entre los músicos que están interpretando una misma pieza. Los responsables de este trabajo llegaron a la conclusión de que la sincronía de ondas cerebrales podía extrapolarse también a otras actividades humanas como el deporte o la comunicación.
A pesar de todos estos esfuerzos, la ciencia sigue sin determinar a ciencia cierta si, como decía Hermann Hese, las casualidades no existen. Que, en palabras del novelista, cuando alguien que de verdad necesita algo, lo encuentra, no es la casualidad quien lo procura, sino él mismo. Su propio deseo y su propia necesidad le conducen a ello”.
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