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Docentes decentes

Docentes decentes
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Por Victor Núñez

Una vez escuché en un homenaje a un profesor universitario que no había profesión más decente que la del docente. Me pareció una frase ingeniosa que encerraba una verdad y el reconocimiento a una labor imprescindible para cualquier sociedad. De mi triple faceta profesional como periodista, empresario y profesor, me siento especialmente orgulloso de la tercera. Dicho esto, y como todo en la vida, existe la otra cara de la moneda. ¿Todos los docentes son decentes? Pues la verdad es que la inmensa mayoría sí los son. Pero como en cualquier profesión existen garbanzos negros. Esto no sería muy grave si no fuera por los devastadores efectos de un mal docente en sus principales víctimas: los alumnos. Igual que ya razoné por aquí, homenajeando al polaco Ryszard Kapuœciñski, que no se podía ser periodista y mala persona, menos aún debe haber profesores en activo que sean malas personas.

En España, afortunadamente, existe una buena percepción de la profesión docente y es, de hecho, la segunda más valorada por la sociedad, según distintos estudios del CIS, solo por detrás del personal sanitario (médicos y enfermeros). Aunque existan motivos para pedir un mayor reconocimiento, las condiciones económicas de los profesores de enseñanzas obligatorias son dignas. Lejos quedaron, felizmente, aquellos tiempos en los que se decía “pasas más hambre que un maestro de escuela”. Es cierto que los profesores se enfrentan a problemas nuevos que implican un gran esfuerzo como la constante innovación, la vertiginosidad de las TICs, y lo que es peor, un cambio brusco en la relación con estudiantes y familias. Todo ello debe servir para mostrarles todo el apoyo de la sociedad y una mayor protección por parte de las administraciones.

En cualquier caso, conviene ser exigente con uno mismo y, más allá de las reivindicaciones, mirar qué puede hacer cada cual por mejorar su trabajo. También los profesores. Un docente, especialmente el que está en las etapas obligatorias, es un referente para los niños y su guía en las procelosas aguas del saber y de la Vida. Una buena maestra puede despertar en el niño el genio dormido de la literatura. Un maestro tenaz y persistente puede conseguir que un zote salga adelante. Una maestra cariñosa y alegre puede sacar del pozo de las desdichas al niño víctima de un hogar desestructurado. Los maestros no pueden permitirse el lujo de desfallecer en su ingente labor, no pueden sucumbir ante el marasmo de la gresca política, ni pueden desfallecer en el empeño de formar mejores ciudadanos.

A lo largo de mi experiencia profesional he impartido formación y he conocido a centenares de profesores y, en ocasiones, formo a claustros enteros. En casi todos los colegios descubro gente maravillosa, profesional y con ilusión a raudales. Pero, también, a veces descubres miradas esquivas y esquinadas, ves caras agrias, hueles la desgana y atisbas ciertos gestos que no transmiten nada bueno. En esas ocasiones siento indignación y miedo. Y es que no se puede ser un mal docente. Al que no le guste esta profesión, que se dedique a otra cosa. Pues a contrario sensu de la frase con la que he iniciado esta reflexión, no habría una labor más indecente que la de un mal docente.