LA RAZÓN

“Fuego griego” 3.0

“Fuego griego” 3.0
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Por Álvaro de Diego.

Poco hay más evocador que el fuego. Ha estado ligado a la Humanidad desde sus orígenes, en su vertiente mágica o en la científica. En tanto que bien privativo de los dioses, el robo del fuego mereció el castigo de Prometeo. Intuitivo, el presocrático Empédocles lo consideró una de las sustancias esenciales del Cosmos. Se equivocó, claro, pero contribuyó a sentar las bases del verdadero conocimiento.

Con el precedente de Arquímides, que lo aplicó a la guerra naval, el “fuego griego” fue un invento del cristiano oriental Calínico (siglo VII d.C.). Esa combinación de azufre y nafta posibilitó a los bizantinos resistir varios asedios musulmanes. Desde las Cruzadas el término englobó una amplia panoplia de proyectiles incendiarios. Tan devastadores eran sus efectos como pavorosa su amenaza.

La pirotecnia, como uso lúdico del fuego, se asocia a la invención china de la pólvora. Fue introducida en Europa por las invasiones árabes. No es de extrañar, por tanto, que estos espectáculos de luz y detonaciones hayan sobrevivido como tradición fuertemente arraigada en el levante peninsular. La técnica ígnea, sorpresiva y fastuosa, se considera un poderoso recurso pedagógico y ha motivado algunas de las más elevadas creaciones artísticas. El rey Jorge II quiso celebrar la paz de Aquisgrán y, con ese motivo, encargó a Handel una partitura. Fireworks Music puso marco a los fuegos artificiales programados en Londres el 27 de abril de 1749. La composición revolucionó la música clásica, puesta ahora a disposición de la burguesía. Una orquesta sinfónica era apta ya para algo tan prosaico como un paseo a la orilla del Támesis.

No obstante, hablar en política de fuegos de artificio remite a los mensajes huecos y a los gestos para la galería. La tecnología y el marketing facilitan un nuevo “fuego griego” de la intoxicación y la propaganda. Un “vano fantasma de niebla y luz”, que diría Bécquer, se adueña del espacio público en nuestras democracias, malversa la transparencia y conspira contra el sentido crítico del ciudadano. Los artefactos pirotécnicos deslumbran, pero no iluminan. Y su acción se muestra letal cuando se combina con el retroceso del periodismo.

Resultará difícil calibrar los logros efectivos del Gobierno Sánchez. Aún no ha alcanzado la acostumbrada tregua de los cien primeros días de ejercicio, aunque magros frutos pueden esperarse de un ejecutivo sostenido en 84 escaños y tan poco edificantes compañeros de viaje. Otra cosa son sus bengalas y fogonazos. El Consejo de Ministros de relumbrón mediático fue anunciado gota a gota, como una entrega de los Óscar, sin que le precediera programa de gobierno alguno. Las fotografías del presidente haciendo deporte y con su perrita en Moncloa o tocado a lo CR7 con gafas de sol rumbo a Bruselas han inundado las redes. Y se ha contratado a la inspectora community manager de la Policía Nacional para gestionar las cuentas presidenciales, de reflejos tan fugaces como el encuentro del inquilino monclovita con Obama.

¿Alguien se acuerda de las -merecidas, por otra parte- críticas al presidente del plasma? Sánchez tomó posesión del cargo el pasado 2 de junio y el 6 compareció ante los medios para ofrecer la lista de componentes de su gabinete. No atendió preguntas. Desde entonces no ha convocado una sola rueda de prensa en España. De hecho, ha roto con la práctica habitual de celebrarlas tras la recepción a los dignatarios extranjeros.

El caso quizá más grave tuvo lugar el pasado 9 de julio. Tras declinar defender a su embajador en Washington, que puso en su sitio al otrora “Le Pen español”, Sánchez departió más de dos horas con Quim Torra, que le exhibió el lacito amarillo de la vergüenza. Si bien la práctica totalidad del encuentro giró en torno a la secesión, como ha confesado el Gobineau con barretina, el presidente no se creyó obligado a explicar lo debatido ante los periodistas. Delegó en la vicepresidenta Calvo, como implícitamente lo había hecho antes en Borrell. Quedó, eso sí, la fotografía de ambos políticos frente a la fuente de Machado en La Moncloa. Ningún profesional puede afearle directamente a Sánchez la situación de desamparo en que sitúa al monarca.

Estos artefactos pirotécnicos no ocultan lo fundamental. No ha habido rueda de prensa con preguntas y sin límites (hasta Lopetegui y Rubiales se acogieron a la fórmula) en un contencioso que nos salpica al grueso de los españoles. Y no consta que se hayan movilizado ante ello las asociaciones profesionales.

El “fuego griego” 3.0 carece de épica. No pervivirá como las composiciones del también autor del oratorio El Mesías. No estaría de más, por ello, recordar con Quevedo: “Si lo frágil perdonas a la fama,/ eres al vidrio parecida, Flora,/ que siendo hielo es hijo de la llama”. O lo que es lo mismo, que fuego de tanto artificio al final nos deja fríos.