«Camino de vuelta»: Otra vez aquellos maravillosos años

Bonita secuencia de apertura la de «Un camino de vuelta». Con una simplicidad apabullante, con una capciosa pregunta retórica («Tú, ¿qué nota te pondrías como persona? Porque yo te pondría un 3») formulada por un aspirante a padrastro con tanto tacto como una piedra pómez, la película sienta las bases de un relato de iniciación marcado por dos de sus temas rectores: la baja autoestima y la ausencia de la figura paterna. En cinco, diez minutos, sabemos qué lugar ocupa Duncan (Liam James) en una familia en construcción en la que ninguno de sus miembros cree. Lo que entonces está por decidir es qué película nos espera, si un «Verano del 42» sin mujer madura o un «Adventureland» de rasgos más amables. Cuando vemos que este chico de 14 años se acerca a un parque acuático y conecta con su saleroso encargado (Sam Rockwell, retomando el papel de Matthew McConaughey), sabemos que «Un camino de vuelta» pisa el mismo territorio que el memorable filme de Greg Mottola, aunque en clave menos radical y más sentimental. El debut de los coguionistas de «Los descendientes» suaviza las aristas del personaje de Rockwell; concibe el parque acuático como una burbuja de felicidad, alejada de las angustias de la vida doméstica, un paraíso donde consolidar la identidad atravesando los ritos de paso de la adolescencia; sobrevuela el primer amor con cierta sutileza y centra sus preocupaciones en la familia como falacia atroz. La sombra de «Adventureland» es alargada, aunque Faxon y Rash se quedan cortos en amargura y melancolía, prefieren ser convencionales, y la película, aunque sensible, no consigue despegarse del todo de los clichés que maneja: si Vian murió de un ataque al corazón en un cine mientras maldecía al director de la adaptación de «Escupiré sobre vuestra tumba», ahora su fantasma debe de estar aplaudiendo en la oscuridad.