Coronavirus

Cuando las letras no tienen buena salud

Las enfermedades son un tema frecuente en la literatura de todos los tiempos

Pío Baroja fue un gran observador y cronista de la sociedad española
Pío Baroja fue un gran observador y cronista de la sociedad españolalarazon

La historia de la literatura está llena de enfermedades, de camas de hospitales, de búsqueda de curas que no llegan. Eso es algo que se aprecia en algunos de los autores tanto del siglo XIX como del XX, un recorrido que nos lleva por todo tipo de problemas médicos que, a la vez, han sido retos para no pocos escritores.

Si hablamos, por ejemplo, de tuberculosis, no podemos olvidar que algunos autores la padecieron, una enfermedad que en algunas ocasiones influyó en su manera de enfrentarse a la hoja en blanco, en el reto de llevar al lector hasta otros mundos. Ahí están los casos de Goethe, Emily y Anne Brönte, Walt Whitman, Clarín, Orwell, Delibes, Màrius Torres, Graham Greene o Cortázar, como enfermos que salieron adelante en la mayoría de las ocasiones, y acabaron firmando algunos de los títulos más destacados de sus respectivas literaturas, de su personal manera de entender la novela, la poesía o el ensayo.

Porque en la literatura se ha querido plasmar también el padecimiento del enfermo y el reto del galeno por querer curarlo. Un buen ejemplo de todo ello, desde el punto de vista del aprendiz, lo encontramos en una de las mejores obras de Felipe Trigo, “El médico rural”, un libro de un autor hoy injustamente dejado de lado y que es uno de los mejores autores de su tiempo. En la citada obra, de corte autobiográfico, nos encontramos la desolación y la impotencia de un joven médico en sus primeras consultas en un pueblo, todo ello narrado con un estilo directo y, en ocasiones, amargo.

Hay quien ha visto en Trigo una línea muy parecida a la de Pío Baroja, otro escritor que primero empezó su carrera en el mundo de la medicina. Él mismo recordaría que “no fui a la Facultad, pero estudié en algunos libros que había traído de Madrid. Después de pensar mucho lo que podía hacer, viendo que no tenía delante camino alguno para seguir, me decidía a concluir la carrera estudiando mecánicamente los programas de una manera rabiosa. Era una manera de emplear la energía sobrante”. De su paso por el mundo de la medicina y de sus primeros estudios de la materia surgió una de las mejores novelas de Baroja, hoy considerada todo un clásico: “El árbol de la ciencia”.

Otros escritores nos llevan hasta el lugar en el que podemos curarnos. En este sentido resulta imprescindible trasladarnos hasta un balneario situado en Davos Platz, en el Cantón de los Grisones (Suiza). Es allí donde transcurre la acción de “La montaña mágica”, la más celebrada novela de Thomas Mann, y que toma como inspiración la visita que Katia, la esposa del autor, había realizado al Sanatorio de Wald, en Davos, en 1912. Para Mann las cartas, por desgracia hoy desaparecidas, que le fue enviando Katia explicándole el día a día en aquel balneario fueron la base para escribir una de las cotas más altas de la literatura del siglo XX.

Ha habido también autores que pese a las adversidades, pese a lo delicado de su estado de salud, han estado trabajando hasta el último momento, hasta que la enfermedad minó sus fuerzas al escribir la última línea. Probablemente el más célebre de estos casos sea el del francés Marcel Proust quien había decidido renunciar a la vida pública que tanto le gustaba para dedicarse en cuerpo y alma a su ciclo novelístico “En busca del tiempo perdido”. En este sentido el mejor testimonio que tenemos es el de Céleste Albaret, la fiel criada del escritor y autora de un indispensable libro de memorias. Es allí donde podemos leer que la obsesión última de Proust era corregir las pruebas últimas de su obra para que su editor Gallimard las tuviera a tiempo para llevar a imprenta.

Si viajamos hasta Cataluña, tenemos que trasladarnos hasta Puig d’Olena, a su sanatorio antituberculoso. Fue allí donde vivió uno de los mejores poetas de la literatura catalana: Màrius Torres. Una destacada parte de su obra poética está escrita en aquel centro: la literatura como evasión, como una fórmula para intentar sanar. Torres permaneció en ese sanatorio aislado de todos durante la Guerra Civil. El dolor de esos días, así como la derrota de Cataluña y el exilio interior se percibe en los versos redactados en ese tiempo y que aparecerían tras la muerte del poeta en 1942.

En ese año también desapareció otro poeta que arrastró su enfermedad por varias cárceles franquistas. Miguel Hernández, tras haber logrado salvarse de la pena de muerte, agonizó entre rejas por culpa de las autoridades que no hicieron nada por ayudarlo.