Opinión
Los buenos socialistas
En internet se encuentran cosas inesperadas. A mí me pasa que a veces empiezo a navegar con idea de no alejarme de la orilla y termino preguntándome cómo he acabado llegando a los mares lejanos en los que, de repente, me encuentro.
En una de estas erráticas travesías descubro, por pura casualidad, que un conocido mío milita en el partido socialista, habiendo sido incluso cargo electo en más de una ocasión. Nada tiene de especial, más allá de que, por lo que fuere, me sorprendió la circunstancia. «¡Qué raro que nunca me lo haya dicho!», pensé. Estoy convencido de que más de una vez me habrá oído hablar pestes del PSOE y de su forma de gobernar cara a la galería. Pero jamás me replicó ni salió en defensa de su partido.
Claro que también hay gente –diría que la mayoría– que prefiere no decir a quién vota en los comicios. Dicen qupo para no significarse, cuando yo opino que nada malo tiene hacerlo, y que más bien parece como si se avergonzaran de sus preferencias políticas (lo que todos negarán, por supuesto).
Mi padre, que fue diputado de la extinta Alianza Popular, me hablaba de su buena relación con otros parlamentarios que pertenecían a la bancada contraria: socialistas, comunistas y algún independentista, cuya representación, en aquel entones, era poco menos que testimonial. Decía –de algunos– que eran estupendas personas; con sus ideas, pero buenas, que era lo importante. Dudo que ninguno escondiera su inclinación ante quien la ignorase, así como también que guardasen silencio ante las eventuales críticas al partido que pudiesen recibir en conversaciones informales, pues no tenían motivos especiales para bajar la mirada. Pero, claro, ahora esto resulta mucho más difícil.
Hemos llegado a un punto en el que la desfachatez en la mentira, la ilimitación en la desvergüenza y la procacidad en la traición y la deslealtad al electorado propio, hacen comprensible que una persona recta prefiera disimular sus simpatías por uno u otro partido. Tal es la podredumbre ética en nuestra vida política que los principios sucumben ante la inmediatez que marca la demoscopia. Triste y bochornoso, pero cierto a más no poder. Y, por eso, acabo comprendiendo que pueda tener sentido que me haya de enterar de la filiación política de algunos amigos, no porque ellos la aireen normalmente, sino gracias a mis travesías por internet.
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