Opinión

Carta a los Reyes

Sus majestades los Reyes Magos de Oriente recorren las calles de Barcelona
Sus majestades los Reyes Magos de Oriente recorren las calles de BarcelonaEnric FontcubertaAgencia EFE

Reyes Magos de Oriente:

Vuelvo a escribiros después de muchísimos años, desde que os dejaba las zapatillas en la ventana, con un jarrón de agua y una mandarina para los camellos.

Entonces, cuando aún no erais los padres, solía pediros una caja de pinturas de Alpino –la de doce, aunque con la de seis ya me conformaba: la de veinticuatro me parecía demasiado pedir–, o una armónica de diez agujeros, que era el no va más… Y para que la hoja arrancada del cuaderno de la escuela no quedara a medio escribir y pareciera una carta de verdad, añadía debajo algunas cosas más. Pocas, golosinas de las que no había nunca en casa por ejemplo, pues, como el pueblo está allá escondido entre montañas, ya sabíamos de un año para otro que, de tanto subir cuestas, llegabais siempre exhaustos y con las alforjas de los camellos medio vacías.

La lista de este año es algo más larga, y a lo mejor las cosas que hay en ella son un poco difíciles de encontrar, no sé, pero seguro que en el desván de algún palacio os quedan todavía existencias.

Os las digo según me van saliendo, sin más orden que el del pensamiento:

Un reloj que cuente los minutos y las horas más despacio, porque a los que vamos ya por allá arriba nos preocupa un poco que el tiempo pase tan deprisa, al fin y al cabo es lo único que tenemos.

Una entrada, da igual que sea de primera fila o no, para asistir otra vez y durante todo el año al paso de las estaciones.

Esperanzas, todas las que quepan en las alforjas de un camello, que los temores acechan como sombras detrás de cada esquina.

Una lupa, para perseguir erratas y escrutar en lo por venir.

Unos zapatos nuevos, por si es verdad la frase esa que se aplica a los niños.

La estrella, si no la necesitáis para el viaje de vuelta.

Un paño de los de guardar el oro, para la memoria.

Unas alas de volar, por si me apeteciera dar algún paseo en las noches estrelladas.

Un libro y una lumbre.

El sueño de cada noche, que sea tranquilo.

El hilo del que pende casi todo, que aguante y no se rompa.

Una caja de chocolatinas, con algún chupachup también, y caramelos de café con leche de los buenos, si tienen azúcar mejor, que una vez al año no hacen daño. La caja, cuando se acabe, la usaré como si fuera una hucha, pero de ilusiones, que las he ido perdiendo casi todas, y una de las últimas que me queda y quiero conservar es precisamente esta, la de que me vais a traer las cosas que os acabo de decir.

Alguna por lo menos, aunque con un par de ellas me conformo: todas –¡doce, como los apóstoles y las tribus de Israel!– me parece demasiado pedir.